En 1964 la Beatlemania estaba en su máximo apogeo, y los propios Beatles representaban la mayor expresión del renacer cultural de una Inglaterra que se había puesto de moda gracias a los Fab Four. Constituian un fenómeno inaudito hasta entonces en el mundo de la música, provocando oleadas de histeria colectiva allá por donde pasaban, y a tal punto llegaba su influencia que bastaba que rematasen con terciopelo el cuello de sus chaquetas para que se disparasen las ventas de ese tejido. En tal situación era hasta comprensible que quienes movían los hilos del «fenómeno Beatles» y vivían (muy bien) a su costa, estuviesen dispuestos a cualquier cosa para exprimir a fondo la nueva gallina de los huevos de oro que habían descubierto. Como se presumía que, dada la volatilidad de las modas, los Beatles no iban a durar eternamente en la cima, era necesario actuar a toda prisa.

De ello da buena cuenta el largometraje que nos ocupa, el cual entronca los dos fenómenos de la cultura británica más de moda por entonces: los propios Beatles y el Free Cinema. A Hard Day´s Night se filmó a toda hostia y en B/N para acelerar todavía más el proceso gastando lo menos posible, por lo que en solo 16 semanas quedó lista para su exhibición y hacer caja contante y sonante a partir de ahí: los productores apenas tardaron en recuperar su ridícula inversión de quinientos mil dólares, ganando a cambio doce millones con una película que llegó a tener 1600 copias en circulación solo en el Reino Unido, algo completamente inusual por entonces.

Dadas sus intenciones poco disimuladas cabría pensar que estamos ante un subproducto, pero sorpresivamente no es así: la película está bastante bien hecha teniendo en cuenta sus limitaciones y por momentos resulta bastante divertida, con John, Paul, George y Ringo convertidos en una especie de Hermanos Marx del pop que no vacilan a la hora de reírse de sí mismos (particularmente Ringo, quien se ve como el «sobrante» de una banda en la que sus compañeros son los que parten el bacalao) y de su alocada vida, en la que son explotados y han de recurrir a toda clase de ardides para huir de las turbas de jovencitas que les persiguen continuamente.

La responsabilidad de que el invento acabe funcionando de un modo razonable la tiene, en buena medida, el director Richard Lester. Abanderado del Free Cinema (y paradójicamente norteamericano), utilizó recursos visuales muy imaginativos para la época y con su estilo en los obligados insertos musicales anticipó los futuros videoclips, siendo considerado por muchos como el padre del género. Ya que hemos mentado la música, ni que decir tiene que huelga comentario alguno acerca de la banda sonora más allá de haberse convertido en clásica desde el mismo momento de su aparición, cuatro días después del multitudinario estreno de la película en Londres programado, con no poca sorna, la víspera del cumpleaños de Ringo.

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