Una de esas películas cuya revisión eventual es obligatoria para cualquiera que se considere aficionado al cine, y que casi no tendría ni que comentar: me bastaría con poner el acostumbrado “pantallazo” del televisor y pasar a otra cosa.
Repasando su intrahistoria por enésima vez cuesta creer que un producto como este, concebido como una serie B de muy bajo presupuesto con la idea de aprovechar el éxito de Star Wars, quedase tan redondo. El mérito habría que atribuírselo principalmente a Gigier, a Moebius y a los guionistas antes que a Ridley Scott, contratado más que nada porque salía barato (su debut cinematográfico en Los duelistas había sido un fracaso) y porque su dilatada experiencia en publicidad le habilitaba para rodar a toda hostia con resultados aceptables, lo que siempre se traduce en menos gastos.
Retitulada en España como Alien: el octavo pasajero, se convirtió casi de inmediato en un clásico que cuarenta años después de su estreno empieza a mostrar ciertos signos de vejez en la parcela técnica y conceptual, pero no así en las demás. Se mire como se mire continúa siendo un entretenimiento formidable.
¿40 años?
Bueno, 34, que son también unos cuantos. Es un texto escrito con visión de futuro y tal.