«Es una película que no se sabe a dónde va». Así definía mi novia, y seguramente con razón, el que está considerado casi de forma unánime como el mejor largometraje de George Lucas. Porque la cosa se resume en un grupo de amigos y en el cúmulo de circunstancias que les rodean durante la que será su última noche como colegiales antes de empezar su vida universitaria. O algo así. Luego uno de ellos se da el piro en avión y antes de los créditos nos enteramos del destino final de cada uno. Pues muy bien. Pues me alegro, oyes. La película no es que sea mala, pero lo que es cierto es que tarda muchísimo en arrancar y, cuando al fin lo hace, se limita a mostrar una serie de acontecimientos deshilvanados en un entorno de personajes sin ninguna clase de química entre ellos y carentes por completo de carisma.

Mucho más interesante es el making of de la película, filmada en plena efervescencia del «Nuevo Hollywood» que estaba poniendo patas arriba el cine norteamericano. George Lucas conoció a Francis Coppola cuando estudiaba en la USC y ambos hombres congeniaron enseguida. Cuando Coppola fundó American Zoetrope se llevó con él a Lucas, que le admiraba y quería imitarle hinchándose a filmar pelis rarunas de arte y ensayo. Francis lo nombró vicepresidente de la empresa y le dio carta blanca para foguearse tras la cámara mientras le ponía a escribir guiones «porque no se puede ser buen director de cine sin saber escribir guiones». Sólo había un problema: Lucas carecía absolutamente de talento. O por lo menos no tenía el talento de Coppola. O el talento que Coppola había supuesto, viéndose obligado a intervenir para que una película como THX 1138, destinada a llenarse de moho en un almacén hasta ser emitida a deshoras por alguna TV local, pudiese estrenarse en salas de cine, teniendo que cubrir de su bolsillo las pérdidas que generó. Porque no fue a verla ni el aire y la crítica la puso como hoja de perejil. Lucas y Coppola, hasta entonces amigos además de socios, se distanciaron.

George lo tuvo claro: si no quería que su carrera concluyese prematuramente, su siguiente película tenía que funcionar en taquilla sí o sí. Y se inspiró parcialmente en sus vivencias adolescentes para escribir una historia juvenil sin argumento claramente definido, pero llena de coches clásicos y rock & roll. Sin embargo, nadie quería tocar eso ni con un palo. Al final, después de pasear el guión por todo Los Ángeles la Universal cedió, pero Lucas tuvo que humillarse aceptando un presupuesto más propio de una serie Z (mucho más bajo que el de THX), un calendario de rodaje que parecía un corsé y la imposición de Francis Coppola como productor, que nuevamente volvería a sacarle las castañas del fuego: a los ejecutivos de Universal no les gustó en absoluto el resultado final, pero por entonces el director de El Padrino tenía el poder y el crédito suficientes para influir sobre cualquiera y estrenar American Grafitti incluso comprando la película al estudio de ser necesario. La diferencia respecto a THX estuvo en los 55 millones de dólares que recaudó sobre un presupuesto de poco más de 700.000, convirtiendo a Grafitti en emblema de una América que, completamente desnortada por las trapacerías de Nixon y la derrota en Vietnam, echaba la vista atrás recordando tiempos mejores. Mientras tanto, Lucas le daba vueltas al borrador de una extraña historia de ciencia ficción que transcurría en una galaxia muy lejana…

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