Clásico de la ciencia ficción que hoy lo es más que cundo se estrenó en 1981, pues fue recibido con abierta división de opiniones y a duras penas logró recaudar los dieciséis millones de dólares que había costado. Un auténtico dineral para una película de nacionalidad británica, y más para una de estas características.
Según cuenta él mismo, por aquel entonces el prolífico Peter Hyams estaba ansioso por rodar un western, pero todo el mundo le advertía que era un género demodé que no valía gastar un metro de celuloide. Justo al contrario que ocurría con el sci-fi, entonces en la cresta de la ola tras el descomunal éxito de Star Wars y Alien. En un momento de inspiración decidió hacer un western ambientado en el espacio exterior y de la mezcla resultante salió esta película, poderosamente influida por la estupenda Sólo ante el peligro de Fred Zinnemann (de la que puede considerarse más o menos un remake) y por la propia Alien, a la que copia descaradamente en el estilo de los créditos iniciales, en la primera secuencia y en su ambientación tenebrosa y opresiva. El resto lo ponía una sencilla historia sobre tráfico de drogas muy a la moda de la época y el fuerte protagonismo de un carismático Sean Connery, que llena con su presencia cada plano en el que aparece.
El actor escocés es sin duda lo mejor de este invento rodado a la manera típica de Hyams, con un estilo efectivo para lo que busca (entretener evitando meterse en más líos de los estrictamente necesarios) pero meramente funcional, quizás demasiado. Tanto que la película parece una serie B más modesta que Alien, cuando en realidad acabó costando casi el doble que aquella.