Película basada en la rocambolesca figura de Adler Berriman Seal. Nacido en 1939 y dotado con un talento innato para volar según sus profesores, «Barry Seal» fue el piloto privado más joven de Estados Unidos. Tenía diecisiete años. Con veinticinco ya era comandante en una de las aerolíneas más grandes e importantes del mundo (la TWA) hasta que le despidieron por falsear bajas médicas para tomar parte en una operación de contrabando. Sin trabajo, empezó a usar sus habilidades como piloto para transportar droga (marihuana primero y cocaína después) llegando a convertirse en distribuidor del Cártel de Medellín. Por entonces ya había hecho tratos con la CIA y la DEA para convertirse en informante, siendo testigo directo de las esperpénticas (y chapuceras) operaciones orquestadas por el gobierno estadounidense en América Latina para combatir el narcotrafico y el comunismo. A principios de 1986 tres sicarios enviados por Pablo Escobar lo mataron a las puertas de un centro del Ejército de Salvación en Baton Rouge, donde Seal trabajaba cumpliendo una condena de servicios a la comunidad.
En Hollywood es costumbre dulcificar las figuras retratadas en un biopic y el caso de Barry Seal no es una excepción (más aún siendo Tom Cruise el protagonista), pues presenta a un hombre que se mete a narco al sentirse aburrido de su trabajo en la TWA en vez de al golfo de siete suelas que era en realidad, hijo de un antiguo militante del Ku-Klux Klan y del que algunas fuentes comentan que alternó con Lee Harvey Oswald y trabajó para Air América. Con independencia de este detalle, es justo reconocer que la película resulta muy entretenida, gracias sobre todo al enérgico y vibrante montaje Scorsese-style lleno de planos cortos, picados y congelados. Bajo la dirección de Doug Liman el reparto se muestra en general muy solvente y Cruise, con 55 añazos sorprendentemente bien llevados, da el pego como piloto-narco «emprendedor» que se lo toma todo un poco a coña, entre otras cosas porque no le queda otra: Seal se ve metido de repente en situaciones más propias de la guerra de Gila que de un conflicto serio, en lo que supone una crítica nada velada al gobierno de ese nefasto botarate que fue Ronald Reagan. El título original del filme (American Made) ya es en sí mismo una coña sobre el cliché del hombre hecho a sí mismo propio del (falso) Sueño Americano, y a consecuencia de todo ello la película adopta un ligero tono de comedia bufa que le sienta bastante bien.