Obligada secuela de Batman (1989), que tras coronarse como la película más taquillera de la historia hasta entonces era vista por su productora, la Warner, como una gallina de los huevos de oro a exprimir. Con el aval de ese éxito y el de la inmediatamente posterior Eduardo Manostijeras, el director Tim Burton pudo exigir esta vez el control absoluto del proyecto (el anterior había sido un encargo) y la productora se lo cedió, deseosa de volver a contar con él. Sin apartarse del camino que le había llevado a triunfar tres años antes, Burton utilizó sus poderes recién adquiridos para modificar de forma sustancial el guión originalmente previsto y potenciar las habituales señas de identidad (que no clichés) de su cine, dándole al filme un tono más gótico y siniestro sin olvidar los tintes de humor negro, marca de la casa. Hasta se permitió ponerle el nombre de Max Schreck a uno de los personajes principales, en referencia / homenaje al actor que dio vida a Nosferatu en la película homónima de Murnau. Lo dicho: Burton y sus clichés, que por entonces aún eran «señas de identidad».
Para su desgracia el resultado no estuvo a la altura de las expectativas y para la tercera entrega la Warner le dio una especie de «patada a medias»: no le permitiría dirigir la película, pero sí entrar en el staff como productor aprovechando para quitar de enmedio a Michael Keaton. Antes de eso, en Batman vuelve Keaton encarnaría de nuevo a Batman en un rol cuyo protagonismo quedó mucho más diluido esta vez, especialmente cuando no debía cargar con las prótesis que le hacían pasar por el hombre murciélago. Si Batman es casi un secundario en su propia película Bruce Wayne es directamente terciario, dado que la historia orbita por completo en torno a los malos de la función. Como todo el mundo, Burton era consciente de que el primer Batman le debía buena parte de su éxito al Joker y a la interpretación que de él había hecho Jack Nicholson. Así que optó por repetir la fórmula introduciendo en escena a otro malo histrión y carismático (Pingüino) interpretado por otro actor de fama y prestigio (un Danny De Vito todavía más maquillado que Nicholson), al que se une el citado Max Schrek, un cabrón especulador y trapacero que es la viva imagen del buen empresario español y al que encarna Christopher Walken. Con una sorpresa añadida: Catwoman, que con su errática y difusa personalidad en plan «ahora voy de buena, ahora de mala» funciona como una especie de nexo entre el héroe y sus viles oponentes.
La hoy olvidada Michelle Pfeiffer ganó un papel que fue objeto de deseo para todas las actrices de Hollywood; incluyendo a la primera elección de Burton (Annette Benning, que hubo de retirarse al quedar embarazada) y a una Sean Young que hasta llegó a presentarse en el despacho del director vestida de Catwoman solicitando una prueba. La Catwoman de Pfeiffer gustó tanto en los pases previos al estreno de Batman Returns que el final se cambió para dar pie a un posible regreso, bien en nuevas cintas de la franquicia o como protagonista de un spin off. Por lo visto la idea llegó a estar sobre la mesa de los ejecutivos del estudio pero no fructificó, al menos no a corto o medio plazo ni desde luego con la Pfeiffer.
Su trabajo es sin duda lo mejor de la película, pero no alcanza la excelencia que tanto se menciona por ahí («icono del séptimo arte», he llegado a leer) y la culpa nuevamente es del guión, que sin ser ni por asomo tan calamitoso como el de la primera parte vuelve a pecar de deslavazado y ocasionalmente pueril pese a sus intentos por resultar algo más adulto, con referencias nada veladas a las oscuras sinergias tejidas entre poder político y empresarial. Es verdad que Tim Burton no es el cretino de Nolan y no pretende que Batman vuelve sea una peli de Bergman, llena de momentos presuntuosamente solemnes. ¡Que hablamos de un género, el de los superhéroes, pensado para niños y adolescentes, coño! Pero no por eso deja de ser un defecto. A ello se le une una puesta en escena que sigue la estela de la primera parte, demasiado grandilocuente para lo acartonada que es y que ha resistido mal el paso del tiempo. Como acartonada es la propia dirección de Tim Burton, al que ni el poder conquistado para hacer y deshacer a su antojo parecieron servirle de motivación. El resultado es una cinta algo desigual, con algunas escenas brillantes pero en general tirando a sosa y falta de la necesaria chispa para ser considerada grande.