En 1982 Steven Spielberg estrenaba E.T. y se convertía, casi de golpe y porrazo, en el director de la película más taquillera de todos los tiempos: nada menos que 790 millones recaudados a nivel mundial sumando todas las fases de exhibición. Una cifra increíble, un récord que perduraría 11 años, y que sin embargo no era más que uno de los muchos establecidos por el filme con visos de perdurar incluso más tiempo.
En el verano de 1989 pocos podían imaginar que un largometraje de superhéroes (género entonces considerado de serie B), dirigido por un quasi-novato y con un mindundi como protagonista, batiría alguno de esos records presuntamente insuperables. Batman fue a primera película en alcanzar los 100 millones de recaudación antes de quince días (tardó diez) y al final del año había acumulado 250, 30 más que la cinta de Spielberg en el mismo periodo de tiempo. Para lograrlo la Warner orquestó una campaña promocional apabullante (que no agobiante) para que el público acudiese en masa a los cines, y lo consiguió hasta el punto de que en muchas ciudades era algo habitual ver gente haciendo cola hasta dar varias vueltas a una manzana, obligando a pasar largas horas de espera hasta conseguir entradas.
Ni que decir tiene que la clave del monstruoso éxito de Batman estuvo ahí antes que en la propia película, que en su día ya resultaba más bien floja. La culpa la tenía sin duda el guión, completamente desastroso: inconexo, disparatado y en no pocas ocasiones ridículo, trufado de diálogos sonrojantes. A todo esto hay que unir el hecho de que la película haya envejecido francamente mal, con un diseño de producción acartonado y una realización plana y sin alma, que transmite sensaciones propias de un largometraje anticuado y pasado de moda. Sin olvidar el esperpento que resulta de ver a Michael Keaton haciendo de Batman, un sosias de escaso metro setenta que obtuvo el papel contra toda lógica gracias a su amistad con el director Tim Burton, y que tuvo que ser recubierto de prótesis para dar el pego como gallardo superhéroe.
En realidad, si Batman salva los muebles hoy día como lo hizo hace treinta años es gracias al villano. Lo habitual en esta clase de saraos, vamos. Para que Jack Nicholson aceptase un trabajo inicialmente rechazado por Robin Williams le untaron de pasta hasta las cejas y vinieron a decirle, más o menos, que delante de la cámara podía hacer lo que le diese la gana. Histrión y pasado de rosca como pocas veces en su carrera, que ya es decir, Nicholson dotó su Joker con un carisma irresistible, y se convirtió con todo merecimiento en el mejor villano de todas las películas sobre Batman filmadas desde entonces. Y miren que son ya unas cuantas (quizá demasiadas).