Tras pasar cinco años en prisión Otomo, un viejo yakuza al que todos daban por desaparecido o muerto, sale a la calle por «buena conducta» con la idea de tomarse un descanso de su carrera criminal. Al menos en principio, ya que espoleado por un inspector de policía corrupto decidirá finalmente rearmar su clan, asociándose con un antiguo rival para vengarse de la gente que le traicionó, provocando con ello una violenta guerra de mafias.
Después de pergeñar una cinta tan floja como Outrage, tal vez lo último que cabía esperar de Takeshi Kitano era que se lanzase a producir una secuela, pero lo cierto es que ésta llegó al cabo de solo dos años. Por lo menos el resultado es más digno, lo cual no implica que sea muy superior. El guión, eso sí, está mejor hilvanado y resulta más fácil de seguir, sorprendiendo por la ausencia de acción al menos para lo que estamos acostumbrados a ver en el cine más comercial de «Beat» Takeshi. Pero eso se traduce en que la película tarda una eternidad en arrancar, por lo que cuando la cosa empieza a ponerse interesante estamos ya hasta el gorro. Por otra parte, dicho interés se centra en los clichés de siempre, por lo que sí ya estás harto de ver a Kitano haciendo de yakuza con todo lo que conlleva, tal vez sea mejor que pases de la película para evitar una sobredosis.