¿Qué se puede decir a estas alturas sobre la que muchos consideran una cumbre indiscutible del cine de ciencia ficción, cuando no del cine mismo? Seguramente poco. O nada, porque ya se ha dicho, escrito y debatido tanto acerca de la película que seguir en esas probablemente no tenga sentido. Hace la tira de años, le dediqué un artículo en la web Computer Age, para la que entonces escribía y que lamentablemente ya no existe. Y lo hice básicamente para ponerla a caldo siguiendo la estela de las críticas publicadas tras el estreno en 1982, donde fue masacrada sin piedad. Aun habiendo intentado verla varias veces a lo largo de los años, consciente de que las cosas no se perciben de igual modo siendo niño que adulto, Blade Runner me parecía la típica obra que acababa pasándose de frenada por excesivamente ambiciosa. Que lo fue, ateniéndonos a lo que pretendían quienes la produjeron y los medios que tenían a mano para lograrlo.

Y es que estaban locos. No cabe pensar otra cosa viendo Días peligrosos: creando Blade Runner (2007); un documental de tres horas y pico nada menos, incluido con las mejores ediciones del largometraje en DVD o BR (entre ellas la que tengo en casa), y que realiza un extraordinario recorrido por el complicadísimo proceso creativo de la cinta y su espantoso rodaje, un infierno aumentado por el mal ambiente que se vivía entre los protagonistas, las incontables dudas de Ridley Scott (que terminó despedido), un director de fotografía que empezó a sufrir párkinson en plena filmación y tuvo que acabarla en silla de ruedas… De lo que no cabe duda tras ver el «docu» es que películas como Blade Runner son completamente irrealizables en la actualidad. No por falta de medios, por descontado, sino porque ya no hay quien tenga las agallas necesarias para embarcarse en un proyecto así y sacarlo adelante a costa de lo que sea. Es la clara demostración de que el cine, entendido como arte además de como negocio, se muere. De hecho, murió hace años.

Sorprende que tamaño desastre, cristalizado en un primer montaje de ¡cuatro horas! recortado apresuradamente, luego modificado sin permiso por los ejecutivos de The Ladd Company, que no se enteraban de nada, se haya convertido con el tiempo en un clásico. Sin duda (y esto es justo admitirlo, después de todo) merecidamente aunque sólo sea por sus virtudes técnicas y su trasfondo filosófico sobre la vida y la muerte, las dos facetas en las que Blade Runner se exhibe con todo esplendor. A mí me sigue pareciendo una película a la que se le ven lagunas propias del «paso de frenada» que comentaba anteriormente, pero lo cortés no quita lo valiente.

Dejando a un lado ciertos devaneos publicitarios y videocliperos de la puesta en escena, el arranque es maravillosamente fascinante, como lo es el personaje de Rutger Hauer, construido por él a base de improvisación. De igual modo, poco cabe decir sobre el resto de elementos que arropan la mencionada puesta en escena empezando por la música de Vangelis, un tío muy raro que reniega de su obra hasta hoy, pero al no se le puede negar una genialidad que a principios de los ochenta estaba desatada.

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