Clásico indiscutible del cine de los 90, con el que Mel Gibson apuntalaba su carrera como director tras debutar en 1993 con la interesante El hombre sin rostro. Braveheart se benefició de la fama de su también protagonista (situado entonces en la cima de Hollywood), de una magnífica campaña publicitaria y del boca a boca para calar especialmente entre el público joven y batir, tanto en taquilla como en galardones (incluyendo cinco Oscar), a películas netamente superiores como Heat. El paso del tiempo la ha colocado en un lugar más adecuado en relación a sus auténticos méritos y sin duda ha perdido el caché que disfrutó en el momento posterior a su estreno, aunque sigue siendo una película entretenida y con secuencias emocionantes, pese a sus carencias.