Observar la carrera de Martin Scorsese durante los años ochenta ilustra de un modo claro la decadencia experimentada por el cine a partir de aquella tristísima década, en la que el director neoyorkino pasó de firmar iconos como Taxi Driver o Toro salvaje a alimentar la ridícula egolatría de Michael Jackson o la del mojabragas de Tom Cruise, que se creía merecedor de un Óscar. En resumen Scorsese pasó de hacer cine a hacer mierda, siempre bajo la sombra de sus depresiones y la adición a la coca provocada por ellas. No extraña que muchos le creyesen acabado, pero la llegada de los noventa aparejaría un inesperado resurgimiento, primero con la espléndida Uno de los nuestros y acto seguido con la que nos ocupa, sorprendente revisión de una vieja película de 1962 titulada Cape Fear que resulta ser mucho más que eso.
Porque la versión de Scorsese es, si me permiten, mucho más hija de puta. En la original la línea que separa el bien del mal quedaba mucho más definida, pero en ésta el personaje de Nick Nolte es casi tan nauseabundo como el de su archienemigo. Un pijo relamido, un trilero de la abogacía que ha alcanzado su elevada posición sin importar a quien jodía, obsesionado con su imagen pública pero que no vacila en ponerle cuernos a su mujer repetidamente. Un ser despreciable, en resumen. Que la línea que separa a ambos es muy tenue es algo que vemos en el personaje de la hija del abogado, una adolescente que duda en todo momento de la bondad de su padre (quien llega incluso a maltratarla) a la vez que se siente atraída por Max Cady, al que da vida Robert De Niro transmutándose más que actuando, con esa habilidad que había contribuido a su fama especialmente por mediación del propio Scorsese, tras estar a sus ordenes en Taxi Driver o Toro Salvaje.
El actor fetiche del cineasta ítaloamericano sobresale en El cabo del miedo por motivos que a estas alturas huelga comentar, pero no es precisamente el único que lo consigue porque a su lado tiene un reparto en estado de gracia. Brillantes todos, desde el citado Nick Nolte a la entonces adolescente Juliette Lewis, pasando por una Jessica Lange que aprovechó para resurgir tras algún tiempo escondida en producciones de segunda. Sobre la notable calidad del filme (a la que se suma el estilo visual «marca de la casa» y la tension que aporta) habla el hecho de que,tratándose de un remake, no tardó en eclipsar a su antecesor, habiendo envejecido mucho mejor a día de hoy.