Enésima versión de Tarzán en Nueva York, en la que un infraser procedente de algún país subdesarrollado (cualquiera que no son los Estados Unidos), llega a la ciudad de los rascacielos para servir como atracción de feria a una juntaletras con ínfulas que cree que tiene talento, pero que si trabaja en algo que no sea fregar platos es más que nada porque está buena y gracias a eso se acuesta con su editor. Lo crean o no, semejante parida llegó a estar nominada al Óscar al mejor guión (!), y tuvo tanto éxito que poco después disfrutó una secuela (bastante inferior) que se hacía eco de la «guerra contra las drogas» orquestada por Ronald Reagan para quitar de en medio a los desarrapados del neoliberalismo que afeaban su ideal de América. El que más ganó con la película fue sin duda Paul Hogan, que durante el rodaje conoció a la que actualmente es su mujer Linda Kozlowski, (para casarse con ella abandonó a la que había sido su esposa durante treinta años), y lleva viviendo del personaje desde entonces. Dan fe de ello su aparición caracterizado de «Cocodrilo» durante la clausura de los JJ.OO. de Sydney y una nueva secuela estrenada en 2001, aunque últimamente se le ha recordado más por sus problemas con el fisco australiano, que le llevó a juicio reclamándole un dineral por evasión de impuestos.

Imagen alegórica de la lucha de Paul Hogan contra la Hacienda Aussie.

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