Drama en torno a los sucesos relacionados con el Proyecto Manhattan, que concluyeron con la primera explosión atómica de la historia y el posterior ataque nuclear contra Hiroshima y Nagasaki. Con cierta pinta de telefilme por su aspecto barato y su mediocre factura (remarcada por el protagonismo de Dwight Schulz, el célebre Murdoch de El Equipo A), cuenta no obstante con un buen reparto en el que destacan los nombres de John Cushack o Laura Dern, pero sobre todo el de Paul Newman.
Con Creadores de sombras el cineasta anglofrancés Roland Joffé se apoyaba nuevamente en hechos verídicos para filmar una película, un recurso que le había salido bien con anterioridad en Los gritos del silencio o La misión. Sin tanta carga dramática esta vez, aunque se haga evidente en el tramo final contraponiendo la alegría de quienes han hecho bien su trabajo a las consecuencias del mismo, que no afectaron solamente a los desdichados habitantes de las ciudades bombardeadas. La diferencia estuvo en el resultado final: Creadores de sombras no solo es comparativamente inferior, sino que además se saldó con un estrepitoso fracaso de taquilla. Tanto que para exhibir la cinta fuera de Estados Unidos decidieron cambiar el título original (el muy elocuente Fat Man and Little Boy) por el intelectualoide Shadow Makers esperando que así fuese recibida con mayor interés, especialmente en Europa. No funcionó.
Pese a sus defectos, ver esta película merece la pena. Aunque el guionista Bruce Robinson acabó a la gresca con Joffé por ningunear su labor realizando numerosos cambios (algunos en secuencias clave), no se elude un agradecido tono desmitificador de la historia, muñida interesadamente sobre la falacia de que la construcción de la bomba era «necesaria» en la lucha contra el nazismo y que su uso resultó decisivo para acabar con la Segunda Guerra Mundial. Tal como se ve en la película, el gobierno estadounidense sabía desde mucho antes de concluir el Proyecto que Alemania jamás lograría construir un ingenio nuclear porque carecía de medios técnicos y humanos. Y no digamos ya Japón. Pero se habían gastado más de dos mil millones de dólares que no podían acabar en saco roto, y al mismo tiempo el presidente Truman quería usar el arma para advertir a los soviéticos, que no paraban de hacer exigencias tras haber sacrificado a veinte millones de personas en los campos de batalla.