El (inesperado) éxito de Dirty Dancing habilitó a Patrick Swayze para aspirar a papeles que en teoría cimentarían su recién adquirida condición de galán estrella. Queriendo alternar roles en diversos géneros con la idea de evitar encasillarse, en 1989 decidió protagonizar una copia más o menos directa de Jungla de Cristal producida también por Joel Silver, lo que en principio era una garantía porque Silver no paraba de encadenar taquillazos y el año anterior su Jungla había convertido a Bruce Willis en poco menos que un mito epocal. En esta ocasión el «héroe por accidente» era un guardia de seguridad, contratado para limpiar de chusma un infame local de copas que su dueño quiere reformar para hacerlo respetable. Situado en una polvorienta localidad rural, el problema de verdad viene cuando el vigilante, sin quererlo, ha de hacer frente al cacique que controla aquel lugar (y a sus lugareños) como un señor feudal.

Concebido como una especie de western moderno (los guionistas usaron a personajes famosos del Oeste para ponerle nombre a los personajes de la película), Road House no funcionó en taquilla para desgracia de Patrick Swayze, que en su afán por hacer bien las cosas interpretó él mismo las escenas de lucha y se jodió del todo la rodilla que de joven le había impedido convertirse en bailarín profesional, amén de dos costillas. Por el contrario, a la película le fue mejor en el «mercado secundario» del vídeo y la tele por cable, alcanzando status de culto pese a las duras críticas recibidas, que en general la pusieron como hoja de perejil. Años más tarde eso justificaría la aparición de una zetosísima secuela que fue derechita a DVD y no contó con ninguno de los responsables de la que nos ocupa, para fortuna de su buen nombre.

En el caso de esta De profesión duro coincido con muchos de los críticos que la juzgaron en su día: es mala, y aunque la cara de palo del pobre Swayze tampoco ayude a mejorar el resultado, con el chip adecuado estamos ante un «largo» (además de verdad: más de dos horas que en un primer montaje iban todavía más allá) que resulta hasta entretenido y todo. A ello contribuyen decisivamente Ben Gazzara, que se lo pasó pipa interpretando al malo de la función, y el carismático Sam Elliot como amigo y mentor del prota. Luego está la música de Michael Kamen (otro «préstamo» de Jungla de Cristal, que facturó para la ocasión una BSO en la onda de aquella y de Arma Letal), pero sobre todo la presencia del guitarrista canadiense Jeff Healey. Ciego casi desde su nacimiento por culpa de un rarísimo tipo de cáncer y fallecido con sólo 41 años a causa de la misma enfermedad, aparecer tocando la guitarra con singular estilo (colocándola sobre las rodillas) acabaría por hacerle famoso. Sus vibrantes interpretaciones de clásicos como Roadhouse Blues de The Doors, casi justifican por sí solas tragarse la película entera por muy mala que te parezca.

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