La llegada del infame Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos trajo consigo una grave escalada de tensión en las relaciones con la entonces Unión Soviética, motivada por la agresiva política anticomunista de aquel ser miserable y su camarilla. El mundo se encontró repentinamente volviendo a los peores tiempos de la Guerra Fría, donde cualquier chispa podía desencadenar un conflicto armado entre las dos mayores potencias nucleares del globo, desatando entre la ciudanía una psicosis de la que por supuesto se aprovecharía el cine, dando pie a una oleada de largometrajes postapocalípticos.

Def Con 4 es uno de ellos. En una estación espacial que orbita la Tierra armada con misiles atómicos, sus tres tripulantes son testigos de la III Guerra Mundial. Con su nave provista de víveres abundantes, deciden quedarse donde están para huir de la devastación, pero misteriosamente son obligados a regresar a nuestro planeta, donde se encuentran con una sociedad que ha vuelto a la Edad de Piedra. En medio de aquella situación despiadada y hostil a todo signo de civilización, los protagonistas tendrán que ingeniárselas para seguir vivos al tiempo que tratan de ponerse a salvo de las radiaciones que amenazan a los pocos supervivientes del holocausto.

Película canadiense rodada con lo que te costarían unas alpargatas en el chino de la esquina, Def  Con 4 llegó a exhibirse en cines pero huele que apesta a cinta de videoclub como las que llegaban desde países como Italia, importante surtidor de baratijas para un mercado que entonces era muy rentable. Se nota hasta en el cartel, una engañifa que recuerda al cine explotation transalpino más zetoso y en el que cualquier parecido con lo que se ve en la película es pura coincidencia. Pese a todo hay cosas positivas especialmente durante la primera mitad de sus escasos 90 minutos, distinguida por un buen arranque. Pero luego todo se va al carajo y unas cuantas situaciones de tensión muy mal resueltas se encargan de poner la tapa al ataúd, «clavado» con un mensaje final mongoloide. Música del casi debutante Christopher Young, quien durante los 90 lograría medrar en Hollywood tomando parte en producciones como Homicidio en primer grado o La trampa.

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