Si tuviese que definir esta película en pocas palabras, lo haría como «el golpe de toda una vida»: hacerla costó menos de 5 millones de dólares y recaudó más de 250 en todo el mundo.

Un bombazo al que no encuentro justificación tras haberlo visto (más allá de una campaña de márketing muy bien orquestada), porque Déjame salir es floja, en general aburrida y hasta ocasionalmente irritante por culpa de unos personajes secundarios a los que dan ganas de abofetear, bosquejados de mala manera y cuyo comportamiento enervante proporciona demasiadas pistas sobre la trama: a la media hora ya puedes hacerte una idea bastante aproximada de por dónde van a ir los tiros. Además está resuelta de forma atropellada y dejando grandes incógnitas sin resolver, que no plantearé para no fastidiar a quienes aún no hayan visto la película.

Chris y Rose son un pareja interracial: él un prometedor fotoperiodista negro; ella blanca y de buena familia. Acaban de iniciar su relación y se desplazan a pasar un fin de semana con los padres de ella, que aparentan ser de lo más normal e incluso aceptan de buen grado que su hija se haya echado un novio de color. Pero nada es lo que parece, claro. Antes que un filme de terror, Déjame salir es un thriller psicológico a la manera de esos que tan de moda estuvieron en los 90 y los primeros años de este siglo, de esos con giro «sorpresa» y toda la pesca habitual pero mal explicado, muy chapucero. Tanto como el intento de denuncia social incorporado a la trama, grueso y pobre.

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