También conocida por su título original, Missing, cuenta la historia real del periodista estadounidense Charles Horman, desaparecido a los pocos días del cruento golpe de estado que derribó al gobierno constitucional chileno de Salvador Allende en 1973, y de la odisea vivida por su padre y su mujer tratando de localizar su paradero. Moviéndose de despacho en despacho, de departamento en departamento, ambos pasan de la desesperación inicial a la perplejidad y finalmente a la indignación, al comprobar no sólo los entresijos kafkianos del poder sino también las connivencias inconfesables entre gobiernos, como los vínculos entre la CIA y la dictadura chilena.
En 1982 el realizador Costa-Gavras era uno de los pocos referentes de un cine antisistema que, hasta poco tiempo antes, había sido mucho más habitual en círculos comerciales, impulsado por los movimientos contraculturales que tuvieron lugar durante las décadas de 1960 y 70. El interés por las historias cotidianas había sustituido a la grandilocuentes epopeyas de épocas anteriores, pero al iniciarse los años 80 la asquerosa «revolución conservadora» de Ronald Reagan funcionaba a pleno rendimiento y el cine cambió sus prioridades, convirtiéndose en instrumento para transmitir una serie de valores con los que se buscaba (y, en buena parte. se logró) idiotizar a las masas. En medio de este panorama tan desolador, un largometraje como Missing partía en una posición de inferioridad evidenciada tras la denuncia de dos diplomáticos americanos contra Universal y el propio Costa-Gavras, lo que obligó a suspender la distribución del filme. En Chile la película estuvo prohibida hasta 2000 demostrando el carácter «modélico» de la transición a la democracia en ese país, con Pinochet gozando de inmunidad (e impunidad) por sus crímenes tras ser nombrado senador vitalicio.
Desaparecido es, por lo demás, una gran película de esas que suelen llamarse coloquialmente «de denuncia», con dos excelentes actores (Jack Lemmon y Sissy Spacek) cargando sobre sus hombros el peso de la narración y ofreciendo actuaciones de relumbrón, de esas que ponen la carne de gallina. Especialmente Lemmon, conocido por su faceta cómica pero que ya había demostrado, en películas como El síndrome de China, su capacidad para ser algo más que el eterno compañero de Walter Matthau. Su trabajo resultó clave para que la cinta se llevase la Palma de Oro en Cannes. Este premio contrasta con el ninguneo que Desaparecido sufrió en los Óscar, donde fue batida en toda regla por la inofensiva Gandhi y por gilipolleces reaccionarias como Tootsie. ¿Entienden? Pues eso.