Una de las grandes películas bélicas de la historia, rodada en el punto álgido de la moda que había impulsado la popularidad del género tras la Segunda Guerra Mundial, y que paradójicamente estaba ideada como simple producto alimenticio para las estrellas que conformaban el reparto empezando por Lee Marvin, «segundo plato» para un papel que había rechazado John Wayne. Su convencimiento de estar rodando una mierda de película era tal que el alcoholismo que padecía se agravó, cabreando a todo el equipo. Basándose en una novela de medio pelo, el director Robert Aldrich aprovechó la creciente impopularidad de la Guerra de Vietnam para presentar The Dirty Dozen como un alegato antibelicista: los protagonistas están lejos de ser los héroes habituales del cine bélico. Son lo peor del ejército, chusma que no vacila en cometer actos de violencia tales como asesinar a una chica por puro placer.
Por ello la cinta levantó ampollas entre ciertos sectores, que la tacharon de «revisionista» en el sentido peyorativo del término pero no evitaron el elogio de la crítica ni el apoyo masivo del público. Porque al contrario de lo que Lee Marvin esperaba, Doce del patíbulo quedó bastante bien y llega mucho más allá de la que era su intención original, puramente mercantilista con la idea de poner culos en las butacas por encima de todo. Transcurridas cinco décadas desde su estreno aún constituye un entretenimiento formidable, lleno de ritmo y bendecido por un reparto en estado de gracia que brinda escenas memorables de principio a fin, como la presentación de los personajes en la cárcel o toda la parte de las maniobras divisionarias. Una joya.