Joseph D. Pistone era un agente especial del FBI que entre 1976 y 1981 estuvo infiltrado en la mafia de Nueva York. Actuando como perista y ladrón de joyas con el alias de Donnie Brasco, llegó a hacer buenas migas con jefes de alguna de las más importantes «familias» de la ciudad y reunió pruebas que supusieron el encarcelamiento de hasta cien hampones, uno de los mayores golpes contra el crimen organizado en la historia de Estados Unidos. Naturalmente la mafia no se lo tomó muy bien y puso precio a la cabeza de Pistone mediante lo que se denomina un «contrato abierto» por valor de 500.000 dólares. Eso significaba que quien lo ejecutase no tenía por qué ser miembro de la mafia para cobrar el dinero.

Ni que decir tiene que para entonces Pistone había desaparecido del mapa, viviendo bajo nombres supuestos en localizaciones sin determinar. Esto no le impediría realizar apariciones púbicas y lanzar al mercado varios libros entre los que se encuentra su autobiografía, que serviría de base para el largometraje que nos ocupa hoy.

El británico Mike Newell, conocido por haber dirigido la comedia romántica Cuatro bodas y un funeral, se encargó de esta cinta totalmente opuesta a la anterior que en principio estaba destinada a Barry Levinson, quien finalmente sólo figuraría como productor para suerte de todos, provocando de paso la renuncia de Tom Cruise también para suerte de todos. Porque Johnny Depp hizo un trabajo magnífico, bastante contenido para lo que acabaría siendo demasiado habitual en él, secundado de maravilla por un Al Pacino fiel a su inconfundible estilo de actuar, que enriquece un personaje lleno de matices. El reparto lo completan algunas de las caras más conocidas del cine de los 90 como Michael Madsen o Bruno Kirby, y en general todos están estupendos cada uno en lo suyo. Un guión encomiable y una buena partitura musical sirven para redondear la faena.