Alguien me dijo en una ocasión que la figura de Tim Burton era de algún modo comparable a la de los Ramones, porque a fin de cuentas ambos habían hecho carrera a base de reutilizar los mismos elementos (pocos) una y otra vez. La verdad es que no le faltaba razón: las películas de Tim Burton son esencialmente idénticas, y en su momento se beneficiaron de que Internet no existía y de que ser un oscurillo o un freak aún no eran la moda para triunfar y ganar millones de fans. Consecuentemente, hoy Burton es un realizador en decadencia y su fórmula magistral lleva lustros mostrando un desgaste alarmante, pero antes de eso tuvo tiempo para sacarse de la manga alguna película realmente buena y esta posiblemente sea la mejor de todas. Una vez más, el de Burbank pilló por banda los elementos que caracterizan su cine de manera inconfundible y, sacando partido de la ignorancia del público sobre la figura de Ed Wood y sobre lo que hoy se conoce casi genéricamente como “cine basura”, montó un tinglado que, dejando aparte las críticas que recibió por tratar de gilipollas a quien más que nada era un caradura, rezuma calidad e ilustra de manera bastante fiel lo que era hacer cine de serie B en los años dorados de Hollywood, antes de que la tele y (sobre todo) el vídeo doméstico lo convirtieran en un gran negocio.