Tras hacer una breve reseña del documental sobre el músico Antonio Vega, toca ahora comentar otro documental dedicado a un realizador de nombre José Juan, pero más conocido por sus apellidos. Bigas Luna era un diseñador industrial que en los años setenta decidió dedicarse al cine, debutando en la gran pantalla con Tatuaje en 1976. Desde el principio su carrera estuvo marcada por la polémica (entendiendo «polémica» como «mostrar culos y tetas de forma gratuita»), si bien seria a partir de 1990 / 92 cuando esa polémica alcanzó su clímax gracias a Las edades de Lulú primero y Jamón Jamón después. Sobre todo con esta ultima, cuyo éxito obedeció en buena medida a la campaña publicitaria orquestada por el influyente Andrés Vicente Gómez.
Lo que siguió a partir de ahí fue un in crescendo lento pero seguro que llevaría a Bigas Luna a convertirse en poco menos que una caricatura de si mismo, reflejada de manera especialmente jocosa en la Red, donde se convirtió en uno de los mejores ejemplos de ese cineasta tan acrisoladamente español que confunde transgresión con chabacanería. Sobre ese particular, el documental que nos ocupa llega a resultar hilarante vista la insistencia de quienes aparecen en él por convencernos de que Bigas, supuesto admirador de Buñuel, era efectivamente «mú transgresor» en vez de un marrano que utilizaba la excusa del cine para filmar tías en bolas. Algo curioso cuando algunos de quienes así opinan son mujeres, como mujer es una de las personas responsables de este invento. La única nota discordante en tamaño sainete la pone Isabel Pisano, protagonista de Bilbao, que pese a hacer gala de un tono muy diplomático no oculta su enojo al recordar la vergüenza que pasó por culpa de la película, que hundió su carrera de actriz.
«Que no te enteras, Leo. Que no pillas el simbolismo, atontao».
Total, que estamos ante un panegírico áulico destinado a glosar las innumerables virtudes del personaje retratado en él, por lo que sería un error esperar más de lo que ofrece. Su mayor interés tal vez se encuentre en el retrato de Bigas como amante de la vida campestre, un hombre que aprovechaba la menor oportunidad para huir de las tensiones refugiándose en la parcela donde cultivaba y ocasionalmente daba rienda suelta a su pasión por la pintura.