Punto culminante en la carrera del director Andrew Davis, quien se había labrado un sólido prestigio en el cine de acción firmando algunas de las mejores películas de Chuck Norris o Steven Seagal. Junto a este último protagonizó uno de los mayores taquillazos de 1992 (Alerta Máxima), pero nadie esperaba lo que sucedería al año siguiente. Basándose en una antigua serie televisiva de los sesenta, inspirada a su vez en un caso real (uno de los más controvertidos en la historia judicial estadounidense), Davis facturó un emocionante thriller que, además del beneplácito del público, recibió también el de la crítica, definido con un rosario de nominaciones a los Óscar.
En total fueron siete, aunque solo una se convertiría finalmente en estatuilla: la otorgada a Tommy Lee Jones, espléndido en su papel como despiadado perseguidor del convicto Richard Kimble. El verdadero protagonismo del filme recae sobre sus hombros, por encima de Harrison Ford, pero tampoco debemos olvidar las buenas mañas de Davis como director, que revela sus orígenes (y sus puntos fuertes) en las dos escenas culminantes del metraje: la del accidente que posibilita la huida de Kimble y la de la persecución en la presa, ambas magníficamente rodadas.
El fugitivo es un clásico de los primeros años 90 que conocería una secuela apócrifa (Jones repite papel, pero lo demás es completamente diferente) y hasta una parodia protagonizada por el inefable Leslie Nielsen. Entre los que sacaron provecho de aquel sensacional éxito (y fueron muchos) no estuvo, por desgracia, el director: tres años después de tocar el cielo con la punta de los dedos, su intento de explotarlo con otro thriller en la misma onda (Reacción en cadena) devino en un estrepitoso fracaso, y jamás se recuperaría del duro golpe recibido.