Película emblemática de la contrarrevolución experimentada por la cultura estadounidense a partir de los años noventa. Tras una década influida por gobiernos ultraconservadores basados en ensalzar el patriotismo, la moral tradicional y el dinero, la industria del cine volvió a impulsar la creación de películas pequeñas, con bajo presupuesto y temáticas arriesgadas. Una especie de vuelta al Nuevo Hollywood que había movido los hilos en los años setenta.

Si bien El mariachi tiene su gracia y se deja ver, por lo que resulta verdaderamente atractiva es por las vicisitudes derivadas de su gestación más que por su resultado cinematográfico propiamente dicho. Robert Rodriguez se apuntó a un programa de experimentación médica para obtener ingresos con los que financiar el rodaje. Por treinta días ofreciéndose como cobaya humana cobró 3.000 dólares y con eso, unos pocos ahorros y la colaboración desinteresada de amigos, familiares y habitantes de su pueblo natal mexicano, completó una película que pretendía distribuir inicialmente en vídeo y acabó exhibiéndose a lo grande luego de que alguien en Columbia Pictures la viera y mostrase su interés, obteniendo una enorme popularidad.

Con independencia de que podamos considerarla buena o no, es una gozada verla en DVD con los comentarios de Rodriguez, que aparte de ser un cachondo ofrece una clase magistral sobre cómo rodar una cinta de hora y media gastando únicamente lo indispensable e incluso menos, haciendo uso de toda clase de triquiñuelas para solventar los imponderables de cualquier rodaje del modo más económico posible a base de ingenio e improvisación. Sólo por esto ya debería tener la categoría de clásico imprescindible, y de hecho la tiene: en 2011 fue incluida en la afamada Librería del Congreso estadounidense. Compartiendo espacio con Ciudadano Kane, Casablanca o La Reina de África. Y todo con un gasto neto de 600 dólares (el resto, hasta un total de 7.000, se fue en la postproducción) invertido entre otras cosas en un par de bombillas grandes, condones, salsa de tomate, unas cuantas balas de fogueo y hasta una silla de ruedas vieja sustraída de un hospital.

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