Película de Roman Polansky sobre uno de los casos más polémicos y bochornosos de la historia judicial francesa. A finales del siglo XIX se hizo público que un oficial del Ejército francés había estado filtrando documentos militares secretos a Alemania, lo que suponía un escándalo enorme sobre todo con las consecuencias de la Guerra Franco Prusiana todavía muy presentes. Ante la exigencia de dar con los culpables lo antes posible, el Ejército galo añadió otra página a su extenso inventario de chapuzas (alguna de las cuales ha servido de base para películas míticas), y aprovechando la ola de antisemitismo que recorría el país acusó a un oficial de origen judío con pruebas muy endebles, lo condenó por alta traición, y tras una ceremonia humillante en la que le despojaron públicamente de sus galones y rompieron su sable, lo enviaron de una patada a un horrendo penal de la Guayana Francesa.

Tiempo después, un jefe de los Servicios Secretos recién ascendido empezó a sospechar que el caso no se sostenía y decidió investigarlo por su cuenta. Aunque los judíos tampoco le caían bien, se enfrascó durante años en una intrincada batalla judicial para conseguir que el preso fuese declarado inocente, jugándose la carrera e incluso la vida. El caso dividió profundamente a los franceses hasta que el escritor Émile Zola redactó su famoso manifiesto Yo acuso (el título original del filme que nos ocupa hoy) repartiendo tortas a diestro y siniestro contra personajes del más alto rango, con nombres y apellidos, teniendo que exiliarse en Londres para eludir una pena de cárcel. Al final el acusado quedaría libre de culpa, pero el antisemitismo que pudría a la sociedad de su época le hizo una última jugarreta: en otro acto humillante, tuvo que solicitar clemencia para ser readmitido como oficial, negándosele los ascensos a los que habría tenido derecho por antigüedad. Su defensor, en cambio, acabaría como ministro de la Guerra.

El guión es sin duda lo mejor de este largometraje franco-italiano, precisamente por resumir de forma bastante buena y coherente para el espectador el intringulis de un suceso judicial enrevesadísimo, que destapó las miserias de un Estado afectado por una corrupción endémica que iba mucho más allá del odio al judaísmo, logrando que llegue a interesarme incluso a mí, que no soy muy aficionado a los dramas judiciales tal como ya he confesado alguna vez. El excelente diseño de producción, que recrea magníficamente la época de los hechos, y la estupenda interpretación de Jean Dujardin (actor generalmente ligado a roles cómicos) como el justiciero Picquart ponen la guinda al que tal vez sea el mejor trabajo de Polanski desde El pianista, muy cuidado desde cualquier punto de vista.

En resumen, un filme muy interesante, con buen ritmo, que desgraciadamente pasará a la historia por la polémica generada en torno a Polanski tras el estreno, el primero de una película francesa basada en el caso. Una polémica que, aparte de reavivar asuntos que ya vienen de lejos, cargó más tintas sobre el cineasta tras revelarse nuevas acusaciones contra él por violación, enturbiando el éxito de El oficial y el espía tanto a nivel de púbico como de crítica, que la colmó de premios entre fuertes protestas de colectivos feministas.

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