Drama histórico enmarcado en uno de los hechos más trascendentales y menos conocidos de la II Guerra Mundial. Tras la capitulación japonesa en 1945, casi todo el mundo entre los vencedores deseaba ver al emperador Hirohito juzgado y condenado al considerarlo, no sin razón, responsable último de las atrocidades cometidas durante el conflicto por el ejército japonés, algunas de las cuales dejaban en mantillas los crímenes del nazismo. El general Douglas MacArthur, comandante supremo de las fuerzas de ocupación y hombre pragmático sobre todo, estaba convencido de que deponer y ejecutar al emperador sería demasiado humillante para el pueblo japonés, que se sublevaría en un momento critico para Estados Unidos, necesitado de alianzas para frenar la creciente influencia soviética en Asia. Trabajando contrarreloj y bajo una enorme presión, MacArthur y sus asesores hubieron de reunir pruebas con las que demostrar la no culpabilidad de Hirohito para salvarle la vida.

Este es el esbozo argumental de Emperador, que se resume en uno de los asesores de MacArthur yendo de un sitio a otro para hablar con gente y recopilar testimonios con los que exonerar al soberano, mientras por otro lado intenta localizar a su novia japonesa de la que no sabe nada desde hace tiempo, y de la que ocasionalmente nos recuerda cómo se enamoró a base de flashbacks, totalmente prescindibles y que parecen añadidos solo para que la película alcance los noventa minutos de rigor, algo que logra a duras penas. Este hecho basta por sí mismo para definir una cinta insulsa y carente de tensión, totalmente olvidable salvo por la presencia de Tommy Lee Jones haciendo de MacArthur. Para que se hagan una idea, leer el párrafo anterior de esta crítica les llevará menos de dos minutos y les habrá contado lo mismo que la película, con lo que se habrán ahorrado verla y perder mucho más tiempo en comparación.

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