Siguiendo la costumbre de alternar películas personales y comerciales, tras Sin Perdón Clint Eastwood aceptó protagonizar este thriller con guión del mismo tío que había escrito el de Evasión o victoria sin lograr colárselo a nadie durante años. El trigésimo aniversario del asesinato de Kennedy pareció darle nuevos bríos y de este modo logró cristalizar en uno de los mejores largometrajes de Eastwood durante los años noventa, permitiendo que de paso el director Wolfgang Petersen firmase su mejor largo en tierra estadounidense. Vale la pena detenerse en este último punto porque, aunque tito Clint no figura como productor ni como nada que haga ver que tiene mando en plaza (detrás del proyecto ni siquiera está su compañía Malpaso), ello no le impidió meter en el staff a parte de sus habituales ni tomar decisiones de peso como la citada contratación del director, que fue cosa enteramente suya.
Como espectadores tampoco es algo que deba importarnos mucho, ya que a la hora de la verdad En la línea de fuego es un vibrante entretenimiento y un filme estupendo, que se beneficia entre otras cosas de la química establecida entre el protagonista (metido una vez más en su papel de «tipo decadente que logra la redención enfrentándose a sus demonios», solo que algo más humanizado esta vez) y su archienemigo interpretado por John Malkovich con una sobriedad inhabitual. Está claro que sabía diferenciar entre esto y Con Air. La historia de amor (con Rene Russo, entonces muy famosa pero hoy arrumbada en el cementerio de elefantes de Hollywood) sobra y chirría un poco, pero está suficientemente bien manejada como para que no acabe estropeando la película de forma irremediable, que se disfruta desde el primer momento. Mención especial para la banda sonora del ya fallecido Ennio Morricone, quien echando mano a sus «normas de estilo» y clichés habituales supo hacer un trabajo digno sin necesidad de esforzarse demasiado.