Dos cuarentones frustrados tanto personal como profesionalmente recorriendo mundo en un viaje que marcará las vidas de ambos. Con esta base tan trillada procedente de una novela escrita por Rex Pickett, Alexander Payne construyó una magnífica historia que viene a demostrar una vez más que para hacer buen cine es imprescindible un buen guión. Un buen guión puede salvar una mala película, pero es imposible hacer una buena película partiendo de un mal guión. Una fina capa de tragicomedia envolviendo una enorme dosis de mala leche constituye la esencia de este invento, que atrapa de principio a fin pero deja un poso agridulce con la empatía que uno llega a sentir hacia ese par de perdedores. Inmenso Paul Giamatti, un actor que a buen seguro habría encontrado un sitio a su medida en el Hollywood de hace cuarenta o cincuenta años pero que en el actual, cada vez más restringido a facturar cine de acción para macarras poligoneros, tiene complicado demostrar de lo que es capaz.

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