Testamento cinematográfico de Sergio Leone, y también su obra maestra a juicio de numerosos críticos. El afamado director italiano pasó más de diez años acariciando la idea de rodar esta epopeya mafiosa y para lograrlo incluso renunció a proyectos como El Padrino, enfrentándose a numerosas complicaciones de toda índole. Por fin, en 1984 la película se estrenaba en medio de una gran expectación, pero a costa de un gasto de treinta millones de dólares (una burrada en aquel entonces). Para más inri, el monstruoso esfuerzo realizado se saldó con un desastre de taquilla, y cuando Leone murió pocos años más tarde a causa de un fallo cardíaco con solo 60 años, se afirmó que había sido por culpa de esta película y los sinsabores que le dejó.
En principio Leone había previsto que Érase una vez en América durase seis horas de las aproximadamente ocho que había filmado, pero lograron convencerle para reducirlas a cuatro, que a su vez fueron reducidas a poco más de dos por la productora Ladd Company (sin consultar al director) para su exhibición en Estados Unidos, con resultados catastróficos. En Europa, donde se respetó el montaje inicial, le iría mejor, pero no fue suficiente para enjugar los enormes costes y la productora, ya muy tocada tras el fiasco de Blade Runner (otro dineral gastado para que luego no fuese a verla ni el Tato), estuvo a un paso de quebrar. Se salvó gracias al bombazo de Police Academy.
Cualquier comentario sobre Érase una vez en América, puede resumirse en pocas palabras. Artísticamente es preciosa. Todo lo concerniente al diseño de producción y a la ambientación es una maravilla, la fotografía es magistral y la música de Ennio Morricone, aunque demasiado reiterativa, se encuentra al nivel de lo que cabe esperar en alguien de su prestigio, llegando a homenajear los míticos spagetti westerns que Leone había dirigido veinte años antes a mayor gloria de Clint Eastwood. El reparto encabezado por Robert De Niro está cuajado de estrellas o futuras estrellas (incluso aparece por ahí una jovencísima Jennifer Connelly), y todo él realiza una labor espléndida bajo la dirección de Leone, quien además lo borda con tomas de gran calidad e impacto, filmadas a la perfección siguiendo su estilo caracterizado por el uso del gran angular, marca de la casa.
Sin embargo algo no funciona. A la película le falta ritmo, especialmente durante el tramo que discurre en 1968, y la estructura de flashbacks resulta confusa, dejando abiertas demasiadas incógnitas sobre todo al final. Un final que por supuesto no desvelaré, pero sobre el cual se han escrito teorías intentando explicarlo a cual más rocambolesca y que a mí, siendo francos, me parecen chorradas. Quitando polvo y pajas (incluyendo las de la crítica), lo que queda desvela el peor pecado que puede cometer un cineasta en opinión de Frank Capra: hacer una película aburrida. Porque a fin de cuentas, en el cine de lo que se trata es de entretener al espectador que paga por la butaca y captar su atención. Érase una vez en América no siempre lo consigue por culpa de sus irregularidades, algo que suele ocurrirle a proyectos como este, cuya excesiva ambición provoca que acaben pasándose de frenada.