En 1977 Paul Verhoeven era ya el director de cine más importante de Holanda y, gracias al éxito internacional de películas como Delicias turcas, se le consideraba también como uno de los principales abanderados culturales del país. Gozaba de carta blanca para rodar cualquier cosa que se le antojase, y fue gracias a eso que pudo poner en marcha lo que sería el proyecto cinematográfico más caro y ambicioso en la historia holandesa, que incluía segmentos filmados en Inglaterra con actores de postín como Edward Fox. No solo eso: cuando se quedó sin dinero con la película a medio acabar, no tuvo demasiadas dificultades para encontrar inversores dispuestos a poner el dinero que le faltaba. La apuesta les salió bien porque Soldado de Orange (título original de Eric, oficial de la Reina) constituyó un éxito que afianzó el prestigio de Verhoeven y contribuyó a la popularidad creciente tanto de Rutger Hauger (colega de Verhoeven, habitual en todas sus películas hasta que ambos acabaron a tortas durante el rodaje de Los señores del acero) como de Jeroen Krabbé, quien también daría el salto a Hollywood pocos años después.
Eric, oficial de la reina se basa en la historia real de Erik Hazelhoff Roelfzema, un universitario de Ámsterdam que tras la invasión nazi de Holanda durante la II Guerra Mundial se integró en las filas de la resistencia, trabajando como espía hasta llegar a ser uno de los principales ayudantes de la reina Guillermina, exiliada en Londres. Convertido en una figura icónica de su país, su azarosa y rocambolesca vida durante la guerra es representada por Verhoeven con bastante acierto en general, aunque Hauger, con 30 años a cuestas, chirríe al principio como estudiante universitario (el verdadero Roelfzema tenía 18 en 1940). En general la película funciona bien pese a que más de una vez se notan las carencias presupuestarias derivadas de su excesiva ambición, y no faltan los acostumbrados toques de sexo y violencia que caracterizan la filmografía de su director.