El turismo de masas es un gran invento, especialmente para aquellos que hacen negocio a costa de los nativos del territorio explotado imponiéndoles un escenario de precariedad y temporalidad laboral mientras ellos, a cambio, generan riqueza. En España, país de camareros por excelencia, lo sabemos muy bien, pero no somos los únicos en gozar las bondades de este modelo de prosperidad que es la envidia del universo.
Hace un par de décadas los nepalíes también quisieron subirse al carro siguiendo la idea clarividente de un emprendedor neozelandés, luego copiada por otros muchos. En virtud de ella, la posibilidad de hoyar la cumbre del monte Everest, hasta ese momento sólo al alcance de deportistas de élite muy bien preparados, quedaba abierta a cualquier turista que dispusiese de unas pocas decenas de miles de dólares. Personajes de la talla de Reinhold Messner (considerado el mejor escalador de la historia) o el mismísimo Edmund Hillary clamaron contra los payasos responsables de convertir el Everest en “el circo más alto del mundo”. En realidad no denunciaban nada nuevo porque vieron venir lo que pasa siempre que algo se masifica: que se llena de mierda. Y si a la masificación se le une el riesgo derivado de convertir la escalada del pico más alto de la Tierra en poco menos que en un divertido pasatiempo, al final ocurre lo que tiene que ocurrir.
«Esto nosotros lo subimos corriendo».
Everest relata la que hasta hace poco fue la mayor tragedia en la historia de las escaladas a la montaña, que en 1996 dejó un reguero de 15 muertos fruto en buena parte de la decisión de anteponer los intereses mercantiles sobre cualquier otra premisa, incluyendo la seguridad. Parcialmente rodada en las faldas del mismo Everest por el director Baltasar Kormákur, que pese a lo que pueda indicar su nombre es de nacionalidad islandesa (y padre español), goza de un reparto coral en el que destaca la presencia de algunos rostros conocidos en papeles secundarios como Emily Watson, Keira Knightley y Jake Gyllenhaal.
La película está muy bien filmada y la belleza de algunas tomas, con el apoyo de una espléndida fotografía, contribuye a captar la atención del espectador, aunque finalmente es el incontenible dramatismo de la trama lo que consigue atraparle pese a sus defectos. El elevado número de personajes que participan activamente en el desarrollo de unos acontecimientos narrados a veces con cierto atropello, provoca que la película resulte en ocasiones difícil de seguir e impide que se llegue a conectar del todo con los desventurados escaladores. Pese a ello Everest resulta emocionante (aunque no siempre como debería) y aunque no llegue a dar de sí todo lo que quizás habría podido, entretenida y con algunos tramos francamente brillantes.
Resultado: Aplausos en las alturas, aunque con la bombona de oxígeno medio llena.