No estamos ante la primera película que desmitifica el movimiento contracultural de los sesenta, década cuya leyenda se ha ido agrandando con el paso del tiempo en virtud de una nostalgia mal entendida, espoleada por los vencedores de la lucha de clases ocurrida tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y por tanto muy poco ajustada a la verdad. La castuza de niñatos que pasó aquellos años recorriendo América en furgoneta predicando el “amor libre” y drogándose mientras papá les pagaba la juerga, acabaría quitándose la careta tras graduarse en las mejores universidades y sentar las bases de la política que, durante los años ochenta, serviría para desmontar el Estado del bienestar y “liberarlo” de sus obligaciones mientras ellos, a cambio, se llenaban los bolsillos. Serían estos mismos izquierdistas de boquilla reconvertidos en yuppies de la derecha más rancia los que encumbrarían a personajillos como Andy Warhol, que disfrazaban su mediocridad con una actitud falsamente provocadora pero que siempre fueron lacayos de quienes mandaban. Bufones para distraer al vulgo haciéndole mirar para otro lado mientras se le impedía decidir sobre cuestiones realmente importantes.
Aunque se trate en realidad de una biografía de Edie Sedgwick, típica niña bien con ínfulas de artistilla descontenta de que el dinero le saliese por las orejas, el verdadero protagonista de Factory Girl es Andy Warhol, interpretado de forma más que convincente por el guaperas Guy Pierce, y al que retrata más o menos como lo que era: un payaso. Un payaso rodeado por un siniestro grupúsculo de parásitos y aduladores como mínimo tan payasos como él, cuyo mayor talento residía en camelarse a toda persona joven con dinero (o con padres adinerados) que cayese bajo su influjo para vivir, y muy bien, de no hacer nada. La Sedgwick fue una de esas personas, y aunque acabaría abriendo los ojos para mandar a la mierda al autor de toda suerte de cretineces englobadas en lo que se dio en llamar pop art, lo haría ya demasiado tarde. Buena película que, como era de esperar, obtuvo malas críticas por dejar a Warhol a los pies de los caballos, especialmente en Estados Unidos. Es lo que pasa cuando se ataca a los iconos del poder, cuando se grita a viva voz que el emperador, en apariencia tan emperifollado él, en realidad se pasea por ahí con los huevos colgando al aire y oliendo a sobaco.