La década de 1990 fue sin duda la década de Tom Hanks, y eso que la empezó con mal pie: buscando quitarse de encima el sambenito de actor cómico que lastraba su carrera, aceptó tomar parte en La hoguera de las vanidades, un ambicioso proyecto de Brian De Palma cuyo enorme fracaso puso en la picota a todos los que participaron en él. A Hanks le costó rehacerse (hasta tuvo que aceptar papeles televisivos para ir tirando), pero Jonathan Demme le rescató con Philadelphia al punto de hacerle ganar su primer Óscar y encima como protagonista, hito que repetiría al año siguiente con Forrest Gump, siendo de los pocos que lo han conseguido.

No hay mucho más que decir de la que es una de las cintas icónicas de los 90, la más taquillera a nivel mundial en el año de su estreno (1994) y aclamada de forma unánime por la crítica, que la colmó de premios, algo que sirvió para ocultar unos puntos flacos de los que es responsable su director. De Robert Zemeckis podrían destacarse algunas virtudes, pero sus defectos están ahí y el peor de ellos viene sin duda de su reaccionaria visión de la existencia humana, que no ceja en vendernos haciéndolo además del modo más abyecto, sumamente perverso por sibilino.

Trompi, el principal ayudante de Robert Zemeckis hasta hace poco tiempo.

En Forrest Gump, este meapilas (actuando en comandita con el guionista Eric Roth) reincidió en su obsesión por el sueño americano, que a su entender es una realidad palpable hasta el extremo de que en Estados Unidos un tonto de baba puede convertirse en un triunfador. Forrest Gump será subnormal, pero es un americano de los pies a la cabeza que cree firmemente en sí mismo y en su país, y por ello Dios le premia como merece haciéndole famoso, millonario, y finalmente permitiendo que se zumbe a la irritante hippy de la que está loca (pero castamente, eso sí) enamorado, quien además de darle un vástago se redime como también lo hace el tarado de su jefe en Vietnam.

Tan despreciable mensaje ultraconservador Zemeckis nos lo cuela, como ya hiciera con Regreso al futuro, en el contexto de una película supuestamente inocua destinada a toda la familia, tergiversando el mensaje de la novela original en la que el escritor Winston Groom convertía al bobo de Forrest en hombre de éxito para ridiculizar ese falso mito del «sueño americano» que a Zemeckis le pone tan palote.

Alumno aventajado de Zemeckis: Haley Joel Osment también se aficionó al alcohol y en 2006 sufriría un grave accidente por conducir ebrio.

Siendo sinceros, las mayores virtudes de la película residen en la bonita fotografía de Don Burgess, la emotiva partitura de Alan Silvestri y la espléndida selección musical en la que figuran buena parte de los artistazos del pop rock yanki de los cincuenta, sesenta y setenta, con cierta preeminencia de The Doors: no en vano Eric Roth asistió en UCLA a las mismas clases que Jim Morrison y ambos eran buenos amigos. Pero en el desfile también hay hueco de sobra para nombres como Elvis, Dylan, Credence Clearwater Revival, Four Tops, Jeffeson Airplane, Lynyrd Skynyrd, Fletwood Mac y un largo etcétera que hacen que escuchar una edición completa de la BSO de Forrest Gump sea una auténtica delicia. Más que ver la película, muy bien facturada pero a la que las trampas de su mensaje «oculto» acaban echando por tierra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.