John Stone es un agente de la policía de Alabama especialista en desarticular bandas callejeras que es reclutado por el FBI para infiltrare en La Hermandad, un violento y peligroso grupo de moteros que siembra el terror allá por donde pasa. Lo demás ya se lo pueden imaginar ustedes. Típico producto de acción sacado de los ochenta en el que no falta ningún cliché del género, comenzando por la habitual montaña de músculos encargada de protagonizar el sarao y enfervorizar al público repartiendo hondonadas de hostias y tiros entre una ralea de indeseables controlada por el final boss de turno.
Brian Bosworth, un antiguo jugador la NFL que hubo de retirarse prematuramente por culpa de una lesión crónica en el hombro, quiso poner el pie en la puerta del estrellato cinematográfico con esta película, pero su intento devino en un completo fracaso. Pese a alcanzar cierta popularidad cuando pasó a distribuirse en video, la cinta cayó en un olvido tal que hasta hace poco era difícil localizar una copia incluso en Internet. Y eso que no es tan mala como podría pensarse a tenor de ello. Todo depende de cómo te la tomes: si buscas algo remotamente parecido al buen cine es casi seguro que te parecerá una puta mierda; pero si te la tomas como lo que es y la visionas en el momento adecuado, cabe la posibilidad de que lo pases francamente bien. Hay montones de pelis de acción descerebrada peores que esta (encima más célebres), con protas menos carismáticos y además sin el puntillo extra que otorga la presencia de un Lance “Bishop” Henriksen completamente desmadrado haciendo de malo. Es lo que tiene actuar en un sarao como este siendo consciente de que no puedes tomártelo en serio: apenas tendrás que esforzarte para que tu personaje acabe molando mil veces más que el del supuesto héroe.
Si lo pensamos bien, el único defecto verdadero de Cold Stone (el título original, que juega con el nombre del protagonista y su frío carácter) es que llegó demasiado tarde: se estrenó en 1991, cuando este tipo de películas ya estaba pasado de moda y la gente, harta de ellas tras una década de sobredosis, empezaba a demandar cosas con más “chicha”. De haber llegado en 1985 u 86, si bien no habría podido competir con los grandes clásicos epocales del género ni por asomo, es casi seguro que habría corrido una suerte más justa, más cuando tras ella se encontraba nada menos que Michael Douglas, productor asociado a través de su compañía Stone Group Pictures.