Película que podría resumirse como un favor de Clint Eastwood hacia su amigo y mentor Don Siegel, ya que aceptó protagonizarla más que nada porque el director se lo pidió. Pese a estar concebida como producto alimenticio para un Siegel en horas bajas y por tanto muy necesitado, la alianza con su actor fetiche propició como resultado uno de los mejores y más recordados filmes de ambos, aupando los hechos (verídicos) que narra a la categoría de mito.
A partir de una novela previa, Richard Tuggle firmó un guión estupendo que contribuye decisivamente a que esta película sea lo que es (lo que decimos siempre de los guiones: sin un buen guión no hay película buena que valga) convirtiendo esta historia sobre fugas de prisión, aparentemente anodina al inicio, en un emocionante thriller de suspense en el que la tensión se masca a cada instante, dando igual que la hayas visto una y mil veces en la tele o el DVD. La presencia de Eastwood, que llena la pantalla con su carisma gracias a un personaje hecho a medida, se complementa de maravilla con la de un grupo de secundarios particularmente afortunado entre los que destaca Patrick McGohan interpretando al inhumano alcaide de Alcatraz, un hombre que ejerce su poder de forma sibilina, sin dar una voz más alta que otra, pero con una crueldad despiadada. La interacción entre ambos da pie a momentos antológicos, como la secuencia de su primer encuentro o el diálogo que mantienen luego de que un preso se haya cercenado los dedos de una mano. Obra maestra del género, sin duda.