En 1994 Luis Roldán se convirtió en el fugitivo más buscado en la historia reciente de España. Señalado en diversos casos de corrupción, quien fuera el poderoso director de la Guardia Civil huyó del país con aproximadamente diez millones de euros sustraídos a las arcas públicas, dejando en ridículo al gobierno y provocando la dimisión del ministro de Interior, en lo que supuso un hecho inaudito (¿un alto cargo político español dimitiendo? ¿Pero esto qué es?). Sin embargo, El hombre de las mil caras no trata tanto sobre Roldán y su fuga como del hombre que le ayudó a huir y más tarde hizo de Judas, vendiéndole a las autoridades para quedarse con su dinero.
Basta un resumen biográfico sobre la figura de Francisco Paesa para reconocerlo como español de pies a cabeza sin mencionar para nada su nacionalidad: durante años se había labrado una sólida reputación como estafador de altos vuelos, golfo embaucador, truhán y pícaro, cuando empezó a colaborar con los servicios secretos en la lucha contra ETA. Su vida está llena de claroscuros al extremo de que hay quienes dudan acerca de su verdadero nombre, y cuando el escándalo por la fuga y rocambolesca entrega de Roldán vía Laos amenazaba con salpicarle también a él, escenificó su muerte por paro cardíaco hasta que, muchos años después, unos periodistas descubrieron que seguía vivo y coleando. Del dinero robado ni rastro, por supuesto. Todo muy español, como se ve.
Alberto Rodríguez (La isla mínima) es el autor de este estupendo thriller político que formalmente no oculta su inspiración en películas de Scorsese como Uno de los nuestros o Casino. Se nota en detalles como la voz en off del narrador, que es también uno de los protagonistas, y en el trepidante y ágil montaje de esta historia basada en un libro del escritor y periodista Miguel Cerdán. Una historia de espías que también lo es de políticos que a la vez son mafiosos. Personas teóricamente respetables que se comportan como una mafia, además muy bien organizada. Magistral Eduard Fernández dando vida a Francisco Paesa, en una interpretación premiada con toda justicia en el Festival de Cine de San Sebastián. Pero también el resto del elenco, entre el que obviamente destaca un Luis Rolán al que borda el actor Carlos Santos pese a que su barba parece en ocasiones demasiado bien recortada y queda como si fuese de mentira.
De cualquier forma se trata de una apreciación personal, y acaba careciendo de importancia cuando se le ve en acción interpretando a un hombre apocado y timorato, un pelele en manos de su fría y calculadora esposa pero sin embargo profundamente inmoral. Un tipo que presumía de educación universitaria cuando a duras penas había finalizado sus estudios primarios y que iba de culto siendo poco menos que un cateto de pueblo, ejerciendo cargos de responsabilidad gracias a sus contactos en el PSOE antes que por su valía. Algo que se muestra en una secuencia corta pero magnífica en la que Roldán se las da de melómano y confunde la autoría de una pieza de música clásica mientras viaja en coche. El guión es lo bastante bueno como para atrapar al espectador aclarándole los puntos básicos de esta compleja trama político-financiera sin embarullarse en detalles innecesarios. Está muy bien escrito, en resumen, consiguiendo que la película resulte francamente entretenida hasta encumbrarla como una de las mejores filmadas en España durante los últimos años.