Película de 1986 sobre la que considero imprescindible mencionar su año de producción porque explica en buena medida su existencia. Por aquel entonces, el gobierno del despreciable Ronald Reagan insistía mucho en regresar a los valores que, durante los años 50, hicieron de Estados Unidos «el mejor país del mundo» (pero olvidando mencionar cosas como que los ricos pagaban muchos más impuestos). Al mismo tiempo, el baloncesto se había convertido en el deporte de moda por la expansión de la NBA dentro y fuera del país gracias la televisión y a una carismática generación de jugadores, tal vez la mejor de siempre. A todo eso le pones un «lacito» en forma de historia de superación típicamente yanki basada en hechos reales, lo filmas y en principio ya tienes un producto sumamente fácil de comercializar con beneficios por muy ramplón que sea. Tanto que a sus muñidores les costó dos años, dos, encontrar financiación. Y eso dentro del contexto que he descrito.
Eso es básicamente Hoosiers (anglicismo usado para referirse a los nativos de Indiana), en la que lo único destacable aparte de la presencia de Gene Hackman pesando en el cheque y Dennis Hopper interpretándose a sí mismo como alcohólico impenitente, es la música del gran Jerry Goldsmith. Su trabajo, convertido en uno de los más emblemáticos de su larguísima y fructífera trayectoria, es con diferencia lo mejor de la película, haciendo un uso magistral de los sintetizadores, tan de moda entonces, hasta para cosas como imitar el rebote del balón, y aportando el tono emocional y épico perfecto para acompañar a una narración más centrada en las tribulaciones de sus protagonistas y su tormentoso pasado que en el baloncesto propiamente dicho.