Segunda película de las tres dirigidas por Tobe Hooper para Cannon Films dentro del contrato que firmó tras el éxito de Poltergeist. La primera había sido Lifeforce en 1985 y la última sería una secuela de La matanza de Texas fechada en el mismo año que Invasores: 1986. Tres películas en dos años, lo que sirve para hacernos una idea sobre el método de trabajo de los Go Go Boys, más cercano al de una churrería que al de una productora de cine.

Hacía tiempo que Hooper deseaba versionar el clásico sci-fi de serie B estrenado en 1953, y en la Cannon encontró el apoyo necesario para hacer realidad sus planes. Con pretensiones inferiores a las de Lifeforce, eso sí; no tanto a causa de un presupuesto notablemente más bajo (aproximadamente la mitad, porque en ese momento Menahem Golan y su secuaz andaban cortos de liquidez), sino por el tono familiar y casi camp que el director quiso imprimir a la cinta retratando lo que no es otra cosa que la pesadilla de un niño, construida sobre la base de un guión muy convencional escrito en primera instancia por Dan O´Bannon, del tipo «he visto algo en lo que sólo yo creo y todo el mundo me toma por loco» que nos retrotrae a La invasión de los ultracuerpos y Alien. Ese tono se advierte en detalles como la fotografía, progresivamente más colorista conforme el chaval protagonista va adentrándose en su pesadilla, o en los marcianos de aires caricaturescos diseñados por el famoso Stan Winston. Por tanto no estamos ante una película de terror, sino más bien de suspense.

Por desgracia para Hooper y la Cannon, nadie entendió este mensaje e Invasores de Marte fracasó a todos los niveles. Pero tampoco es cuestión de cargar las tintas en la incomprensión del público y la crítica, porque la triste realidad es que la cinta no funciona pese a las intenciones del director, que no supo (o tal vez no pudo) transmitir y permitió que se colasen demasiadas fases de aburrimiento junto a momentos que en pantalla, unidos a unas interpretaciones mediocres de los actores, quedan ridículos sobre todo cuando los marcianos salen a escena. El conjunto despide un tufo más bien cutre, típicamente Cannon, y la música de Christopher Young (retocada luego por un tal Dave Storrs) refuerza esa sensación, con una melodía inicial que copia descaradamente arreglos usados por Jerry Goldsmith en la suite de Las minas del rey Salomón y unos créditos finales cuyo tema recuerda, muy sospechosamente, al de Poltergeist

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