Esto es un coprolito. Una mierda de dinosaurio fosilizada. Bastaría para describir lo que me ha parecido Jurassic World, que admito tenía curiosidad de ver pero sobre la que no tenía demasiadas esperanzas. Seamos francos: la novela original de Michael Crichton es papel de limpiarse el culo, como buen best seller, y partiendo de ahí nunca cupo esperar demasiado de una serie de películas a cada cual más floja, hasta llegar a una disparatada tercera entrega que estiraba el hilo hasta prácticamente romperlo.
Era de suponer que tras ella la franquicia sería historia y así fue durante 14 años, hasta que alguien concluyó que resucitarla podría ser un éxito. Que no se equivocase, al punto de que Jurassic World fue la película más taquillera de 2015, dice mucho sobre el estado del cine actual, pero sobre todo del público que todavía acude a las salas a verlo y luego se pajea con él en Internet soltando chorradas como que “es un trepidante entretenimiento”. Porque Jurassic World no es más que un cutre baile de disfraces en el que el despliegue de medios técnicos no oculta otra cosa que la serie Z más infame, la misma que hace cuarenta o cincuenta años era exclusiva de autocines y programas dobles en cines de provincias. Un cúmulo de necedades que empieza renqueando y acaba como un absoluto desastre.
En resumen, un coprolito en el que da mucha pena ver a actores competentes como Vincent D´Onofrio desperdiciándose por culpa de un cine que, hoy por hoy, ya es virtualmente incapaz de ofrecer papeles a su altura. Y los que se empeñan en decir que esto lo único que pretende es “entretener”, deberían pensarlo dos veces. Porque una cosa es que intenten entretenerte y otra muy distinta es que te tomen directamente por imbécil.