Recreación cinematográfica de una de las batallas trascendentales de la Segunda Guerra Mundial, la más trascendental de la guerra del Pacífico. Tras el ataque a Pearl Harbor (un éxito táctico pero un fracaso estratégico, al no alcanzar su principal objetivo de hundir los portaaviones enemigos), el almirante Isoroku Yamamoto, uno de los estrategas militares más brillantes de la historia, supo que estaba metido hasta el fondo en un berenjenal de cuidado. Antiguo agregado naval de la embajada japonesa en Washington y estudiante en Harvard, conocía muy bien la abrumadora capacidad industrial estadounidense y sabía que terminaría por aplastarle si no asestaba un golpe definitivo a su adversario. El audaz raid aéreo sobre Tokio de James Doolittle y la frustrada invasión de Nueva Guinea, donde los yankis lograron frenar el hasta entonces imparable avance japonés, abrieron los ojos hasta a los miembros más triunfalistas del Alto Mando nipón.

Yamamoto planeó atacar el atolón de Midway para destruir los portaaviones americanos y apropiarse al tiempo del aeródromo allí construido, lo que daría vía libre a los japoneses para atacar Hawaii y la Costa Oeste norteamericana prácticamente a placer. Lo que Yamamoto no sabía era que los americanos tenían acceso a las claves secretas de transmisión niponas y conocían sus intenciones con todo detalle, permitiendo al almirante Chester Nimitz urdir una buena trampa cuyos efectos se magnificaron por los graves errores cometidos por Chuichi Nagumo, jefe de la flota atacante. Al finalizar la batalla los japoneses habían perdido sus cuatro portaaviones y a la mayoría de sus mejores pilotos. Habían perdido la superioridad aérea en el Pacífico y con ello la guerra, cuyo final a partir de entonces sólo era cuestión de tiempo.

Cuando uno ve La batalla de Midway concluye que el dineral que se gastaron en producirla (porque fue una auténtica superproducción) se destinó en su mayoría para untar a la constelación de estrellas que luce palmito aquí, comenzando por un Charlton Heston que entonces andaba en plan 100% mercenario, todo por la pasta y sólo por eso. La mayoría de las escenas de guerra se tomaron «prestadas» de metraje real de la batalla o bien de largometrajes como Treinta segundos sobre Tokio, Tora! Tora! Tora! e incluso La batalla de Inglaterra (?) o algún que otro filme japonés (!). Y se nota: el efecto oscila entre lo grotesco y lo directamente ridículo. A esto hay que sumarle una historia de amor interracial metida con calzador, por lo que el resultado final no es que sea demasiado brillante que digamos. Compensa algo que la película trate de ceñirse en lo posible a los hechos reales, mostrando sucesos en apariencia anecdóticos pero que resultaron clave en el desarrollo de la batalla, como los fallos mecánicos del «hidro» de reconocimiento japonés que debía descubrir la posición de la flota americana para atacarla.

De este modo, La batalla de Midway queda para los fans más recalcitrantes del cine bélico o para quienes, en su defecto, quieran jugar a reconocer todos los «pesos pesados» que ponen el careto frente a la cámara cheque mediante. Siendo ostensiblemente peor película que aquellas a las que «roba» más material, sorprende que en taquilla funcionase mejor que todas ellas, llegando a coronarse como la décima más taquillera del año 1976 en Estados Unidos. Quizás se explique por la necesidad que entonces tenía el país en borrar de algún modo el bofetón de Vietnam y los efectos de la crisis económica que lo azotaba.

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