Inevitable secuela de Jungla de cristal, llegada dos años después y que, por supuesto, reincidía en los elementos que habían servido para el triunfo de su predecesora comenzando por el cliché del «héroe por accidente», magnificándolos de paso. Porque esta clase de largometrajes- franquicia funcionan como una especie de dosis de droga, de igual manera que los implicados en su producción vienen a ser una suerte de camellos: ¿Qué es lo que se hace con los yonquis para mantenerlos enganchados a una droga cuando ya se han acostumbrado a ella y deja de hacerles efecto? Aumentarles la dosis. Y eso es, básicamente, La jungla 2.
Es conocida la anécdota de que la cinta iba a ser dirigida por el mismo realizador de la primera parte, John McTiernan; pero estaba demasiado ocupado con el rodaje de La caza del Octubre Rojo y no podía compaginar ambos trabajos, así que los productores decidieron contratar en su lugar al finés Renny Harlin, quien siguiendo la norma antes citada sobre la venta y consumo de estupefacientes, aumentó la dosis de droga que él creía necesaria para mantener al público enganchado con la secuela, toda vez ya se había acostumbrado a Jungla de Cristal. Esa droga era la acción, claro, y lo que hizo Harlin fue darle al público… pues más acción, aumentando la dosis a la enésima potencia.
El problema es que eso se traduce en esperpento al convertir a John McClane en superhombre, invulnerable en su lucha contra el grupo de facinerosos que ha «secuestrado» el aeropuerto Dulles de Washington como si tal cosa. Por añadidura, nuestro héroe está bendecido por una inteligencia privilegiada que deja en continua evidencia a los profesionales del aeropuerto. Cualquiera diría que han sido contratados en el ámbito de una campaña por la igualdad de oportunidades, pero es que además permiten a McClane acceder tranquilamente a instalaciones como la torre de control… En cualquier otra película, semejante acumulación de gilipolleces arrancaría una carcajada hasta a Vladimir Putin, pero La jungla 2 mantiene ese inclasificable «algo» de la primera parte que da como resultado un entretenimiento de primera, sobradamente capaz de engancharte a la pantalla desde el primer minuto sin que apartes la vista de ella hasta los créditos finales. Es una puta sandez, pero mola.