En 1987 Brian de Palma firmó el que sería su mayor éxito comercial hasta la llegada de Misión imposible nueve años después. Más acostumbrado al fracaso que al triunfo, el cineasta de Newark aceptó el encargo de dirigir este filme ultracomercial basado en una afamada serie televisiva de principios de los sesenta, que a su vez se basaba en la grandilocuente autobiografía escrita por Eliot Ness poco antes de morir con apenas 54 años, borracho y completamente arruinado tras fracasar en tres matrimonios, postularse sin éxito a la alcaldía de Cleveland y ejercer toda clase de trabajos modestos como librero o vendedor de comida congelada.
Dadas las circunstancias es de esperar, más que nunca, que cualquier parecido entre realidad y ficción sea pura coincidencia y así sucede. Hasta el punto de que Ness, un oscuro funcionario del FBI, y Al Capone jamás se conocieron. El verdadero mérito de cazar al gángster más famoso de la historia corresponde al IRS (la Hacienda estadounidense), que logró encarcelarle por evadir impuestos tras años de trabajo investigando sus cuentas. Otro apunte que contribuye a hacerse una idea sobre la veracidad de la película es que Frank Nitti (interpretado por Billy Drago, quien se haría muy famoso gracias a su perfecta cara de «malo malísimo») no murió al caer de una azotea arrojado por el propio Ness sino que vivió hasta 1943, cuando se disparó un pistoletazo al saberse enfermo de cáncer y pesar sobre él la amenaza de que pasaría en la cárcel lo poco que le quedaba de vida.
Con ustedes el rostro del MAL. Así, todo en mayúsculas.
En resumen, nos encontramos ante una película elevada a la categoría de clásico por la influencia que sobre nuestra sociedad ejerce una década como la de los ochenta, absolutamente nefasta. También para el cine americano, donde los contestatarios años setenta dieron paso a una época mucho más dócil e infantil por obra y gracia de la maravillosa «revolución conservadora» de Reagan, en lo que constituye un desastre sin paliativos. Un desastre reflejado, sin ir más lejos, en la falsa presentación de Eliot Ness como el héroe intachable que acabó con Al Capone, con su banda y casi también con la Prohibición misma.
Eso no implica que Los Intocables no se pueda ver, al contrario: como filme comercial que es resulta la mar de entretenido y ha dejado auténticas pinceladas para la historia del cine, empezando por la inolvidable banda sonora de Ennio Morricone y la interpretación de Sean Connery, galardonada con un Óscar que las malas lenguas atribuyeron a una distinción casi póstuma ante la creencia de que el actor, enfermo de cáncer, no iba a vivir mucho más. Aparecer en la cinta de De Palma revitalizó su carrera, pero también contribuiría a encasillarle como «maestro de un alumno aventajado» en un papel que a partir de entonces repetiría más que el ajo.
A su lado Robert De Niro queda a un nivel inferior, pero no obstante compone un buen retrato de su personaje, bastante certero no sólo en lo físico: el auténtico Al Capone transmitía una imagen tan afable y campechana, que cuando iba a ver un partido de béisbol el público se levantaba de su asiento gritando «¡Viva el buenazo de Al!». Otros destellos de genialidad como el fantástico diseño de producción o la fotografía de Stephen Burum, en la que llama la atención cómo asocia colores (vivos y brillantes para Capone y su cuadrilla; ocres y apagados para Ness y la suya) contribuyen a suplir los defectos de una película que, con otro guión más cañero, habría podido dar mucho más de sí.