Sátira ferocísima contra nuestra actual sociedad, plagada de mongólicos a los que sólo les importa recibir likes en las infames redes sociales y «gobernada» (nótese el entrecomillado) por una piara de desgraciados, oportunistas y manipuladores que sólo piensan en ellos mismos.

Usando como leitmotiv el descubrimiento de un gigantesco meteorito que impactará con la Tierra en seis meses y destruirá a la Humanidad, el director y guionista Adam McKay (autor de la fabulosa El vicio del poder, en la que se despachaba sin piedad contra el miserable Dick Cheney) disecciona a su manera una civilización grotesca que en verdad merece ser destruida. Cuando se estrenó las opiniones del público se dividieron claramente entre quienes no entendieron un carajo (el humor gorreril y el cine de superhéroes demostrando cuánto daño nos han hecho) y quienes la consideraron una obra maestra de la comedia y futura cinta de culto, dado su relativo fracaso.

Aunque quizá esto último sea un poco excesivo, porque la película no está ni mucho menos libre de defectos (el principal de ellos un montaje algo largo, que bien se podría haber recortado un poquito), No mires arriba es un soplo de aire fresco en el anquilosado panorama cinematográfico actual por todo lo que contiene y, sobre todo, por todo lo que invita a reflexionar mientras hace gala de un humor absolutamente cabrón, sin dejar prácticamente títere con cabeza. A destacar igualmente la música del compositor y pianista Nicholas Britell y lo bien usada que está. También el estupendo reparto comandado por un Leonardo DiCaprio inusualmente notable para lo que es costumbre en él pero donde la palma se la lleva, en cuanto a interpretación, un excepcional Mark Rylance dando vida a un trasunto nada disimulado de ese caradura gilipollas que fue Steve Jobs. Una especie de Dr. Strangelove de nuevo cuño, aterrador en su mesiánica imbecilidad.

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