Junto con Al servicio secreto de su Majestad, el episodio más raruno perteneciente a la veterana y extensa saga de películas sobre el agente 007.

La idea de filmar un remake de Operación Trueno (1965) rondaba por la cabeza del productor Harry Saltzman desde finales de los setenta. Tras la abrupta ruptura de sus relaciones con Albert Broccoli, que se había quedado con la titularidad de la franquicia Bond, era el único guión de la misma sobre el que este último no tenía derechos. La batalla legal por su custodia, extendida durante décadas, es absolutamente rocambolesca, pero en un momento dado Salztman tuvo la oportunidad de «abofetear» a su exsocio haciéndole la competencia al mismo tiempo que Broccoli estrenaba Octopussy, de modo que se puso manos a la obra. Teniendo en cuenta que estas películas son todas iguales la jugada no salió mal y puede decirse que Nunca digas nunca jamás queda situada en medio del pelotón, lo cual ya es bastante para un película con carácter outsider que no logró batir en taquilla al largometraje oficial de la saga.

Sin duda, la gran baza de este filme estaba en ver al siempre carismático Sean Connery encarnando nuevamente al personaje que le había hecho rico y famoso. Connery lo detestaba y tras protagonizar Diamantes para la eternidad por un camión de dinero juró que «nunca jamás» volvería a interpretarlo, pero aceptó porque en aquel momento su carrera estaba atravesado un gran bache y no tenía nada mejor a lo que agarrarse. De nuevo, el reclamo de un sustancioso cheque hizo el resto y dispuesto a pasar un buen rato tomándoselo todo un poco a coña, sería responsable de ponerle título a la película a través de su mujer, que se lo había sugerido de cachondeo. Lo mismo puede decirse de Kim Bassinger, a la que no le gustaba nada la idea de ser «chica Bond» pero necesitaba peculio. En el rodaje, sus desencuentros con el director Irvin Kershner se sucedieron día sí día también.

Sorprende el destacado reparto para una película considerada con aires despectivos como «menor» por muchos fans de Bond, completado por tipos tan renombrados como Max von Sydow, Rowan Adkinson (su debut en el cine), Edward Fox y sobre todo Klaus Maria Brandauer haciendo de malo sólo como un tipo como él podría hacerlo. Fue su primer trabajo en una gran producción tras el éxito internacional de Mephisto, que lo había catapultado al estrellato. Él acapara algunos de los mejores tramos del filme, sobre todo cuando se junta con Connery en escenas como la del recordado enfrentamiento entre ambos con un videojuego. Todo un guiño al boom que el sector experimentaba cuando se estrenó la película.

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