Aunque a muchos no se lo parezca, la carrera cinematográfica de Takeshi Kitano abarca ya treinta años y va más allá de sus películas más conocidas en Occidente que son Brother (2000) y especialmente Zatoichi (2003). Tras ellas, el hombre ha seguido facturando cine regularmente, aunque aproximándose al arte y ensayo antes que a lo que le hiciera brevemente famoso entre fans de «lo japo» de todo pelaje.

En Outrage, Kitano vuelve al cine comercial retomando por enésima vez su personaje de yakuza: en este caso como lugarteniente de una poderosa organización criminal que recibe un encargo de su jefe para sembrar el caos y el desconcierto entre los miembros de los clanes rivales, en una lucha por el poder que, como no podía ser de otro modo, desembocará en una orgía de sangre. «Beat» Takeshi y sus clichés, en resumen, solo que esta vez filmados de un modo calamitoso, partiendo de un guión que es un puro sin Dios que no hay forma de entender, recuperando el interés (y solo muy parcialmente) cuando se desata esa violencia salvaje propia de las películas de Kitano que tanto mola a algunos, pero que vista ya una y mil veces termina resultando cansina e innecesaria.

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