Drama carcelario basado en la vida de Henri Charrière, un golfo de siete suelas implicado en multitud de delitos menores al que se la acabó la suerte cuando le acusaron de matar a un proxeneta, crimen que él siempre negó haber cometido. Conocido como Papillon (mariposa en francés) por un tatuaje que llevaba en el pecho, le condenaron a prisión con trabajos forzados en un penal de la Guayana Francesa del que logró escapar tras padecer un encarcelamiento inhumano durante años, no sin antes haber intentado la fuga varias veces. El destino le llevó a Venezuela, donde abriría dos restaurantes convirtiéndose en una celebridad local, y en 1969 publicó un libro autobiográfico cuya veracidad no tardó en ser parcialmente cuestionada (el propio Henri Charrière admitió que no todo lo que en él contaba era cierto), pero que de inmediato se convirtió en un best seller y en objeto de deseo para los estudios de Hollywood.
Todo cristalizaría en una película de gran éxito (costó doce millones de dólares y recaudó más de cien) donde Charrière llegó a actuar como asesor durante la escritura del guión y el rodaje. Por desgracia no llegó a ver ese éxito porque murió de cáncer en Madrid poco antes del estreno. Resulta curioso comprobar que buena parte del elenco principal acabó participando en el tinglado casi de rebote: el guión del gran William Goldman se descartó en favor de otro escrito por Lorenzo Semple Jr (luego corregido por Dalton Trumbo) que expandía el personaje interpretado por Dustin Hoffman. Steve McQueen aceptó un papel pensado inicialmente para Charles Bronson, en lo que constituyó todo un acierto por su parte. Franklin Schaffner tampoco iba a ser el director, pero acabó sentado en la silla correspondiente y de este modo continuaba ligado a las biografías después de haber rodado Patton y Nicolás y Alejandra acto seguido.
Como más cabe decir sobre una película a la que le sobra metraje en especial durante el tercer acto (la escena del poblado indígena es larguísima y no aporta nada), merced a lo cual tiene algunos graves problemas de ritmo. Pero está rodada con brillantez, apoyándose en un diseño de producción al nivel acostumbrado en los grandes largometrajes de Schafnner, y además el director logra sacar petróleo de la buena química generada entre el dúo protagonista, donde Hofmann pone el talento interpretativo y McQueen el carisma sin que ello signifique precisamente que actúe mal. En su día la crítica maltrató a Papillon como norma general y la tachó de aburrida; pero aunque en la actualidad haya caído en un cierto olvido, es una cinta a revindicar y como drama carcelario funciona por el insoportable dramatismo de escenas como la del cautiverio de Papi en celdas de castigo.