Película de 1997 que pasa por ser una de las grandes obras maestras del anime, pero que inicialmente iba a estar protagonizada por personajes de carne y hueso sobre una novela de Yoshikazu Takeuchi hasta que los productores salieron despavoridos, entre otras cosas tras leer el guión que Takeuchi había escrito basándose en su propia obra, un thriller psicológico acerca de una cantante de J-pop que abandona la música con la intención de convertirse en actriz y comienza a ser acosada por una persona que, obsesionada con ella, considera que se ha traicionado a sí misma y a sus fans.

Tras quedar en punto muerto, el proyecto cayó en las manos de Satoshi Kon, colaborador del legendario Katsuhiro Otomo, quien remozó el guión y lo filmó en dibujos animados con un éxito que le sorprendió incluso a él mismo, ya que ni siquiera se tomó la molestia de leer antes la novela original. Perfect Blue se convirtió en un referente para frikis, otakus y demás pajilleros. Uno de ellos, un gafapasta de manual que respondía al nombre de Darren Aronofsky, hasta compró los derechos de la película por cuatro cuartos para usarla como «inspiración» en sus propios trabajos como Requiem por un sueño. La cinta de Kon, impulsada por el éxito de Seven que había puesto de moda esta clase de estofados, tiene a su favor una duración de tan solo 81 minutos que sin embargo parecen 100. La culpa la tiene un guión demasiado intrincado que abusa de retorcidos «giros sorpresa», bastante toscos en general, para mantener en tensión al espectador pero que lo único que consiguen es cansarle y crearle una auténtica empanada mental, afortunadamente resuelta al final de manera más o menos coherente.

Unas pocas raciones de sangre y tetas gratuitas como mandan los cánones en estos saraos completan un invento por lo demás aceptable, pero demasiado pretencioso y alejado de esa «obra maestra» sobre la que tantas loas se han vertido.    

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