Película seminal de lo que se conocería como “cine kinki”, subgénero dramático nacido al calor de la galopante crisis económica que azotó España durante los años setenta y ochenta, afectando como siempre a las clases sociales más populares y abocando a muchos de sus integrantes (en especial a los jóvenes) hacia la delincuencia como única forma de subsistir, en un entorno del cual les era imposible escapar ante la falta de oportunidades.

Perros callejeros sentó las bases de muchas normas obligadas dentro del cine kinki: el protagonismo recae en un joven delincuente metido a actor de fortuna gracias a este invento, el cual moriría pocos años después sin haber conseguido salir de la espiral autodestructiva en la que se encontraba. El retrato de la marginación habitual en los suburbios de las grandes ciudades españolas se aprovecha como medio para denunciar la crisis y sus consecuencias, sin obviar el recurso al sensacionalismo para conseguir mayor impacto. Unas pizcas de chabacanería y desnudos gratuitos (femeninos, of course) junto a espectaculares persecuciones de coches completan una receta que, tal como hemos comentado, sería la norma del género.

Entretenida, además de útil para tomar nota sobre cómo era la realidad para muchos ciudadanos en aquella España “feliz” de la transición pacífica (¿?) hacia la democracia (¿?) y la posterior reconversión industrial que destruyó el tejido productivo del país y dejó en el paro a millones de personas. Un panorama desolador que, pese a quedar según el calendario a cuarenta años vista, tampoco es que diste mucho del actual.

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