Primera (y hasta ahora única) experiencia de Keanu Reeves como director, que ejemplifica la influencia de China en el cine americano actual: hace unos pocos años nadie habría imaginado que una estrella de Hollywood acabaría rodando una película producida en el país asiático con capital y equipo locales prácticamente al 100%. ¿Quieren más ejemplos? Ahí van: el gran éxito de Warcraft en China sirvió para enjugar su desastrosa taquilla en el resto del mundo y rentabilizar su enorme presupuesto. En el lado contrario, es más que probable que nunca veamos una secuela del remake «en femenino» de Los cazafantasmas porque las autoridades chinas prohibieron su exhibición en el país, haciéndole un buen roto a Sony y provocando que la cinta quedase en números rojos. Mientras en Occidente se cierran salas por la cada vez menor afluencia de público, en China se abren a diario por docenas. Tal como están ahora las cosas en Estados Unidos, con el cine desplazado ante el empuje de los videojuegos y el boom de las teleseries mostrando evidentes signos de agotamiento, es casi seguro que veremos más casos como el de Keanu Reeves. De actores famosos yéndose a «hacer el chino» en busca de oportunidades de trabajo, cada vez más escasas en sus lugares de origen.
Ese es precisamente el mayor interés de El poder del Tai Chi: comprobar qué tal se desenvuelve el protagonista de Matrix tras la cámara, en una película rodada mayormente en Hong Kong con financiación entre otros de Wanda (¡un saludo a los aficionados del Atlético de Madrid!) en la que Keanu Reeves se reserva además el papel de villano, cediendo el protagonismo a su amigo Tiger Hu Chen, al que conoció en tiempos de Matrix. Más allá de ahí, nos encontraremos una cinta bastante rutinaria, con una temática y desarrollo muy al gusto de los espectadores chinos menos exigentes. Una peli de artes marciales cuyo guión no se anda por las ramas, yendo directamente al grano desde el minuto uno: acción a tope y diálogos justitos, los estrictamente necesarios para enlazar escenas de hostias sin solución de continuidad. Por tanto, aquellos que esperen personajes profundos y trama compleja mejor lo dejen para otro día porque aquí no hallarán nada de eso. Al menos la coreografía de las peleas es decente, pero la película acaba por hacerse muy repetitiva, y la anodina labor de Reeves frente y tras la cámara (va con el piloto automático puesto en ambos casos) no ayuda a que El poder del Tai Chi deje de ser totalmente prescindible, más allá de las curiosidades que animan a verla en primera instancia como (además de las ya citadas) la participación del legendario diseñador de vestuario Joseph Porro, encargado de que Reeves porte estilosamente los trajes de Giorgio Armani que luce en la película.