Documental en el que destaca la presencia de Werner Herzog como productor, lo que garantiza algo interesante habida cuenta de que, a lo largo de su prolífica carrera que abarca casi cincuenta años, el cineasta alemán se ha especializado en retratar personajes extremos enfrascados en situaciones no menos extremas que ellos, y aquí tenemos de ambos en cantidad.
El equipo soviético de hockey sobre hielo fue considerado invencible durante décadas, pero en 1980 llegó a un dramático punto de inflexión cuando, pese a alinear una formación de campanillas, perdió en la lucha por las medallas de los Juegos Olímpicos ante su archienemiga, una selección estadounidense a la que poco antes había sacado de la pista en partido amistoso. Aquella derrota se vivió como una humillación nacional, acrecentada por la tensión de la Guerra Fría, y llevó al gobierno a tomar cartas en el asunto con el objetivo de ganar a toda costa los siguientes Juegos apoyando al seleccionador, el tiránico general Viktor Tikhonov, que expulsó a los veteranos del equipo e impuso un régimen disciplinario propio de un gulag estalinista, con largos periodos de aislamiento durante los cuales los jugadores eran sometidos a durísimas sesiones de entrenamiento y sólo podían estar con sus familias algunos días al año.
Situaciones como esa son de las que destrozan a unos mientras a otros los hacen más fuertes, y entre estos últimos se encuentra Viacheslav Fetisov, algo así como Maradona con patines y actualmente ministro de Deportes en el ejecutivo de Vladimir Putin. En cuanto al resto, hubo quienes renunciaron a la selección sin importarles las consecuencias, que incluso durante la Perestroika de Gorbachov podían ser graves en especial cuando la NHL comenzó a tantear el terreno con cheques llenos de ceros y promesas de libertad sin límites. Alguno llegó a desertar de la URSS para poder jugar en la mejor liga de hockey del mundo y hasta el propio Fetisov, patriota antes que nada, tuvo que enfrentarse a serios problemas cuando quiso marcharse legalmente sólo para descubrir que en Estados Unidos el hockey era un espectáculo circense, donde los rusos y su elegante estilo de juego eran directamente ninguneados. La venganza llegó cuando el «ejército rojo» se reunió de nuevo para jugar con el equipo de la ciudad de Detroit y ganó la Stanley Cup pese a los años y las vicisitudes transcurridas.
«Podéis comerme el nabo, malditos yankis».
En resumen, un buen trabajo del director Gabe Polsky (también ruso como el Red Army), que al igual que otros documentales ya comentados aquí con anterioridad como Senna o Next Goal Wins tira de sentimientos (que no sentimentalismos) para cautivar al espectador, usando como puntilla la amargura que se transluce en no pocas declaraciones de aquellos hombres. Porque ¿de verdad vale la pena torturar así a la gente para alcanzar algo tan espurio como un triunfo deportivo, encima utilizado luego con miserables fines políticos? ¿Compensa para disfrutar de una gloria efímera que al poco tiempo nadie recordará?