El hecho de ser el primer largometraje estrenado por Mel Gibson tras el pelotazo de Braveheart disparó la expectación en torno a esta Ransom y contribuyó decisivamente a su éxito, llegando a recaudar más de 130 millones de dólares en taquilla. 20 de ellos sirvieron para pagar el caché de Gibson, marcando su entrada en el exclusivo club de los actores mejor pagados de Hollywood. Por fortuna esto no es lo único a destacar de la cinta, aunque tampoco es que sea la octava maravilla. La premisa argumental resulta interesante, eso sí, con un hombre de negocios de éxito al que le han secuestrado su hijo a cambio de un sustancioso rescate y, en un giro inesperado de los acontecimientos, en vez de pagarlo decide usar el dinero como recompensa para quien le ofrezca la cabeza de los secuestradores en bandeja de plata.

La idea no era nueva. De hecho, Ransom es un remake de una película de 1956 con idéntico título rodada por el director de telefilmes Alex Seagal, basándose en una historia del guionista de la mítica Planeta prohibido y protagonizada nada menos que por Glenn Ford. Sin embargo, el parecido entre ambas termina ahí, hasta el punto de que el director Ron Howard no quiso ver la cinta original con la idea de que su película tuviese identidad propia. Y a fe que la tiene: mientras que en el largometraje antiguo primaban los elementos dramáticos y el análisis de las relaciones entre los secuestradores y sus víctimas, en la peli del brutote de Mel Gibson el guión de los mediocres Richard Price y Alexander Ignom realza la acción y la violencia, y su intento por dibujar personalidades a sus protagonistas deviene en fracaso al quedarse en lo meramente esquemático. Entretenidilla, pese a todo. Una curiosidad: el niño que interpreta al hijo de Gibson en pantalla es Brawley Nolte, hijo del actor Nick Nolte, quien no se ha prodigado en el cine desde entonces y lleva una existencia casi anónima.

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